domingo, 28 de septiembre de 2008

Lagarto Juancho

No lo veo hace como dos o tres años pero todavía lo considero un gran amigo. Lo conocí hace doce años atrás y nos hicimos amigos de inmediato, ya que teníamos muchas cosas en común. Ambos somos hijos únicos, veníamos del mismo colegio, nos gustaban los video juegos, el Colo-Colo, entre otras cosas.

Recuerdo con exactitud el día que nos conocimos. Yo llegaba con 14 años a un nuevo colegio, luego de la expulsión de otra escuela. Pero este colegio estaba casi a 40 minutos de mi casa, lo que significaba largos viajes diarios para ir a estudiar. Cuando llegué a la puerta de mi nueva morada educacional el portón estaba cerrado, así que me quedé esperando afuera. De pronto veo a un joven flaco, alto, con bigotes de adolescente, melena de perro con lepra y una mochila de niño. Apenas lo vi, me dije a mi mismo: “Conozco a este weón”. Creo que Juancho pensó lo mismo, porque cuando me vio, hicimos casi al mismo tiempo el típico gesto de movimiento de cabeza al momento de saludar a alguien.

Luego que entramos al colegio nos dimos cuenta que seríamos compañeros de curso y desde ahí decidimos que nos sentaríamos juntos. Y así fue por largos años, porque a pesar de que después cambiaron las mesas y pusieron pupitres individuales, igual nos sentábamos juntos. Conversando aclaramos la duda de adónde nos conocíamos y la cosa es que el Narigón también iba en mi anterior colegio y también lo habían echado. Yo iba en el Octavo C y él en el Octavo A. Conocíamos a la misma gente y para más remate vivíamos casi a 2 minutos caminando.

Obviamente el Juancho no se llama así, ni tampoco se llama Juan. Su nombre es Cristián, pero a los dos días de clase El Ciclope (otro personaje de ese colegio) lo bautizó como Lagarto Juancho, debido a un innegable parecido al mono animado. Con el pasar de las semana quedó en Juancho, y con el pasar de los años derivó en muchos otros sobrenombres como: Narigón, Gran Quesote, Dr. Moko, Galgo, Narinas, Sensei de la Ñata, y muchos más. Pero Juancho fue su marca registrada.

¿Anécdotas con el Narigón? Millones. Me acuerdo cuando nos íbamos en la 352, que se iba por Pedro de Valdivia, la tomábamos porque nos gustaba irnos sentadito. Esa vez no sentamos en la última línea de asientos, es decir, aquella que se encuentra inmediatamente después de la puerta. Yo iba sentado en la ventana, Narigón siempre me dio ese asiento porque sabía que soy un poco maniático, y él al lado mío. Justo la micro estaba detenida y la puerta estaba abierta. Repentinamente pasan dos flaytes por abajo y uno se encarama a la puerta y tira un escupitajo directo a la cara del Juancho. El cuma vio que le había atinado y se bajó cagado de la risa, sin que nosotros pudiéramos hacer nada, ya que la micro había partido. Veo al Narigón y observo como tenía en su cara un asqueroso pollo verde. Juro por mi vida que era el escupo más grande que he visto en mi vida y el pobre Juancho lo había recibido de pleno en su rostro. Menos mal que no tenía la boca abierta. Por los mechones de su melena caía el pollo verde y bajaba por sus ojos y gran nariz. Mi reacción en vez de pasarle un pañuelo o algo para que se limpiara fue muy disímil, y me cagué de la risa. Tuve un ataque de carcajadas que no podía parar. Sacó hojas de un cuaderno y se empezó a limpiar. Yo no paraba de reír. Me prometió nunca contar el episodio. Lo siento amigo, pero han pasado 10 años y no podía seguir con esto atragantado. Y estoy seguro que fue lo mismo que pensó el flayte cuando te tiró el pollo.

Otro día sigo con más historias de Juancho, porque con este weón tenemos para escribir un libro.

viernes, 26 de septiembre de 2008

¿Qué escribía un 5 de marzo de 2006?

Mi Ángel Germano

Desde el principio era sólo un viaje. Una aventura que incluía conocer países, compartir con gente, emborracharme, drogarme, visitar librerías, cansarme de tanto caminar, probar nuevas comidas y por supuesto meterme con chicas. Esto último era una parte fundamental del itinerario. Pero no sabía que una me marcaría más que otras, tampoco tenía presupuestado el pensar marchar a su lado, mucho menos imaginar cambiar totalmente de planes.

Era mi primer día en una ciudad desconocida, con lugares desconocidos y obviamente con personas desconocidas. Mi morada era un ir y venir de extraños que cruzaban la puerta entre lo apacible y lo extraño. Pero cuando la vi me sentí como en casa. Pensé que había sido una buena persona para ascender al cielo y ver en directo al ángel más hermoso creado por Miguel Ángel. Simplemente quedé maravillado. Su pelo rubio hizo sonrojar mi mirada y sus profundos ojos celeste arrepentir mi nacimiento. No podía creer que existiera alguien como ella, pensaba que sólo habitaban el reino de los sueños y la fantasía. Pero no, ella era de carne y hueso. Su vestido dibujaba su silueta y retrataba con detalle cada curva de su perfecto cuerpo. Lo único que extrañé en aquel momento fue verla esbozar una sonrisa, pero después comprendí que en ese entonces no era merecedor de tan maravilloso espectáculo. Quería conocerla. Quería tan siquiera escuchar su voz. La quería a ella.

Mi primer noche en la ciudad de las luces se acompañó de una borrachera y una chica francesa. Pensé que la imagen vista esa tarde había sido producto de mi imaginación, que la preciosa rubia de profundos ojos azules fue un espejismo dentro de la ansiedad por sentir compañía. Pero a la mañana siguiente supe que no estaba loco. Cuando salía de la ducha que recompuso mi deplorable estado post-carrete nuevamente vi al ángel. Pero esta vez cuando cruzamos nuestras miradas ella me sonrió. A lo que obviamente respondí con una sonrisa. No podía creer que aquel ser divino tenía contacto con los mortales como yo. Después no la vi más. Aquella noche salí a comer afuera para asegurarme que el alcohol demorará más en cumplir su misión. Con la guatita llena y el corazón contento volví al hostal. Para mi sorpresa mi ángel bebía vino en el bar junto a otras dos rubias y dos tipos más. Aquella noche los dioses jugaron en mi equipo y los dos tipos que acompañaban al trío de señoritas eran chilenos. Por lo tanto, el terruño en común los hizo invitarme a brindar junto a ellos. Era mi oportunidad para saber más de mi rubia misteriosa que me regaló una sonrisa. Su precario español y mi arcaico inglés sirvieron de puente para unir nuestras vidas. Supe que su país natal era Alemania y que tenía 26 años. Además me enteré que llevaba 4 meses viajando por Sudamerica, pero para más información fue la más dura cerradura que pude encontrar. Sólo deslizaba los datos precisos para no darse mucho a conocer. Su carácter alemán comenzaba a hacer estragos y construía un muro tan firme y alto como el que separaba a su país hasta 1989. Esa noche fue mi primer acercamiento al ángel que creí haber imaginado. A la mañana siguiente la vi desayunando sola. Bingo. Rápidamente fui en busca de mi comida y pregunté si podía hacerle compañía. Era el momento clave. Si me decía que si, podía conocerla más; pero si la respuesta era no, quedaba solo y abandonado al otro lado del muro. Para mi sorpresa aceptó mi compañía y nos pusimos a conversar. Esa mañana no fui capaz de romper el hielo germano de su carácter, pero iba en buen camino a derretir esa coraza.

Nuestra morada nos hizo toparnos nuevamente y ahí la conversación fluyó con más naturalidad. Ya nos habíamos hecho las preguntas de rigor y comenzamos a reírnos de nosotros mismos. Nos prometimos ayudarnos con nuestros idiomas, es decir yo sería su profesor de español y ella mi maestra de inglés. Los días junto a ella fueron increíbles. El tenerla a mi lado y sentirla mía ni yo lo podía creer. Me miraba al espejo para pegarme cachetadas y despertar de aquel sueño bonaerense. Tomarla de la mano, sentir su clara piel y oler su pelo era una sensación indescriptible. Había logrado capturar al ángel. Todavía recuerdo nuestras clases de idioma en las que nos reíamos de nuestra pobre pronunciación. Es imposible borrar de mi memoria los desayunos juntos en los cuales ella compartía conmigo su capuchino alemán. Recuerdo cuando me llamó a su habitación para darme de probar nutella, ese chocolate untable en el pan que era delicioso. Le molestaba que fumara, y le enseñe a decirme “el fumar no es saludable”, así, cada vez que me veía con un cigarro en la boca me decía en su español mecanizado: “el fumar no es saludable”. La flor de globo que le regalé una mañana le gustó mucho y después la vi guardada en su habitación. Eso me emocionó. Mi estadía en Buenos Aires se alargaba por estar a su lado, no quería dejarla escapar, no quería despertar. No podía dejar que una mujer –maravillosa- se interpusiera en mi espíritu aventurero. Pensé en decirle que nos fuéramos juntos a Brasil, pero ella ya había estado ahí. Cuando le dije que abandonaría la capital argentina me dijo que la acompañara a Uruguay. Estuve a milímetros de decir que sí, pero mi meta era llegar a Brasil. Así que un “deja pensarlo” fue la frase más certera en ese momento. Esa noche me acosté pensando en seguir con mi ángel hacia Montevideo y Colonia o continuar con mi periplo hacia el país de la samba. Al día siguiente después del clásico desayuno juntos, le dije que iba a caminar solo por la ciudad. Ella se quedaría estudiando español. Sin pensarlo llegué a la estación de buses y compré pasajes hacia Brasil para 24 horas más. Con pasajes en mano le dije que continuaba mi viaje solo y ella me entendió. Ambos sabíamos que fue lindo mientras duró. Me sentí como Jack Nicholson cuando le dijo a Diane Keaton: “Ojalá hubiese durado más de una semana”.

Todavía seguimos en contacto. Internet es nuestra vía de comunicación. Ella me escribe en español y yo en inglés para seguir practicando los idiomas; ella me escribe desde Uruguay y yo desde Chile, pero cuando nos leemos las distancias desaparecen. Sabemos que fue increíble, pero cada uno debía seguir con su respectivo viaje. Ella visitará Chile y seré el primero en ir a recibirla, un par de semanas más y me convertiré en su guía turístico a tiempo completo. Serán más días lindos que también llegaran a su fin, pero serán días que duraran más de 24 horas. ¿Y después?. Ninguno de los dos lo sabe. Y ninguno de los dos lo quiere pensar.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Anónima


Pienso en ella tres veces en el día. Toda la mañana, toda la tarde y toda la noche. Y mientras duermo, sueño con ella. Siento su aroma cada vez que respiro. Cuando la leo me concentro como si fuera la mejor novela de mi vida. Pero cuando la escucho todo el resto del mundo se vuelve silencioso. Si es que no la veo, me la imagino. Y si la tengo frente de mi, no la puedo dejar de mirar. Cuando la toco, mi cuerpo lo agradece, pero cuando la beso mi boca se conmueve...


y eso que todavía no la llego a amar.

Eso me dijo...

here are times.. when you''ll need someone..
i will be by your side..
there is a light, that shines,
special for you, and me





¿Qué dijo?

Como fresa para chocolate

Me invitaste una cerveza. Yo la acepté gustoso. Reiste de mis tonteras. Yo seguía repitiendolas. Me diste de fumar. Yo no paraba de botar humo. Me hablaste solo por curiosidad. Yo continuaba hablando tonteras. Te convertiste en fresa. Yo en chocolate. Leiste mis líneas. Yo escribía y escribía. Me dijiste: "Quiero salir". Yo te invite. Querías bailar. Yo te saqué a la pista de baile. Me dejaste oler tu cuello. Yo nunca olvidé tu aroma. Tuviste miedo. Yo te tomé de la mano. Besaste a otro. Yo tuve rabia y bese a otras. Me miraste a los ojos. Yo asumí que me gustabas. Corriste tu cara. Yo morí de verguenza. Te convertiste en mi amiga. Yo quería ser más que tu amigo. Dijiste: "Te quiero". Yo no me canso de decirlo. Me besaste. Yo fui feliz. Nunca me dijiste nada. Yo me dí por vencido. Seguiste callada. Yo miré a otro lado.

martes, 16 de septiembre de 2008

D



No sé por qué esta canción hace que me acuerde de ella. Quizás la escuché la tarde que la conocí, puede que la haya oído cuando la fui a dejar y me devolví a mi casa, capaz que algún auto la tenía sintonizada mientras nos besabamos por primera vez. No lo sé. Lo único que tengo claro es que cada vez que escucho la canción ella viene de inmediato a mi memoria.

Me caía mal y era muy pesada. Creo que por eso me gustaba. Venía saliendo de una relación y ella fue la mujer perfecta para empezar de nuevo. Pero existía un inconveniente. Ella pololeaba. Sin embargo, eso no le importó cuando me pidió que la acompañara a comprar más cervezas, ya que luego de dos cuadras y antes de llegar a la botillería nos besamos. Según lo que me dijo estabamos muy cerca de la casa de su pololo. Yo no estaba ni ahí. Supongo que ella tampoco por la forma en que me daba besos.

Era un carrete de domingo en la tarde. Un amigo se había quedado solo y no tuvo mejor idea que invitar a unas chiquillas y a nosotros para bajar unas cervezas. Apenas la vi me gustó. Lo mismo pensó otro de mis amigos. Mi supuesto contricante tiró toda la carne a la parrilla y la chiquilla en cuestión no lo pescó. Yo, por mi parte, no le dí mayor importancia, salvo, unas tallas que le tiré.

Cuando mi amigo escuchó que ella me pidió a mi que la acompañara a comprar más cervezas, supo que su batalla ya estaba perdida. No iba a pelear en vano y sacrificar toda su artillería, cuando la conquista la había ganado otro general.

Nos besamos. Fue rico. Daba unos besos increíbles. Siempre recuerdo su forma de besar. De hecho, era una de las cosas que más me gustaba de ella. A lo que se sumaba su cara de enojona, su pésimo caracter y su fácil manera de hacerla enrabiar. Me encantaba cuando la hacía enojar.

Pero ella tenía pololo. Nuevamente me teñía los pies con barro. Nos teníamos que ver a escondidas. Y lo más divertido es que nos escondíamos en una iglesia y "pecabamos" ante los ojos de Jesús en la cruz. Él veía cuando yo la tocaba.

Un día me dijo que iba a terminar con su novio si yo le prometía estabilidad. No me gusta prometer cosas que no puedo cumplir. Quiso continuar con su estable pololeo, mientras que yo atiné con una conocida de ella. Perdón, no fue de mala onda. La chiquilla se me tiró al dulce y caché de una que la cabra no era diabética. A los dos días la pesaita' me llamó para que nos juntaramos a conversar. Obviamente accedí de inmediato. Sabía que había atinado con una chiquilla que ella conocía y lo asumí sin mayor culpas. Me dijo que no le podía hacer eso si recién hace un día que no estabamos juntos. Le repliqué que nunca estuvimos juntos. Ella se paró y me dejó hablando solo. Fue la última vez que la ví....

hasta hoy. Cuando llegué al andén la ví después de muchos años. Como era de suponer seguía con cara de enojada, bellamente enojada. No le hablé, a pesar de que todavía estaba bastante rica. Me cambié de vagón, saqué mi Ipod y busqué "All'n my Grill". Puse Play y me acordé de todo lo que acabo de escribir.

Un beso D.
(aunque haya preferido cambiarme de vagón)