martes, 16 de mayo de 2006

Perrea


Llamé a un amigo.
- Hola weon. ¿Qué vay a hacer hoy en la noche?
- Estamos en la esquina. Ven para acá.
Me abrigué porque hacía un frío de los mil demonios y partí al panorama sabatino nocturno.

Típicamente hicimos la clásica “vaca” para que nuestro dinero rindiera más y el alcohol fuera comunitario. Esperamos a un par de amigos y partimos a un carrete cercano a nuestro barrio. “Compremos unos copetes a la pasa ´”. Buena idea, pensé. Si las botillerías estaban camino al carrete era mejor hacer una parada en el paraíso etílico. Un par de ron serían el elixir bebestible de la noche. Hace mucho tiempo que no iba a una fiesta de casa, por eso el destino me parecía incierto. Como es costumbre en las fiestas de casa no todos éramos invitados directos, lo que ponía un obstáculo en nuestra entrada al evento. “Somos seis no más”, dijo una amiga. Cuando en realidad sumábamos una decena. “Entren pegaditos”, repitió nuestro contacto fiestero. Con mala cara de la anfitriona o mejor dicho de la mamá del anfitrión nos hicimos partícipe de la celebración. Ya estábamos adentro.

Desde afuera se escuchaban las cajas características del baile de moda. No veía nada y el contacto de mis amigos era mi única referencia territorial dentro de la fiesta. Estaba más que claro que sólo se escucharía reggeaton. Pensé que un par de temas sería lo adecuado, pero lamentablemente la celebración se tiñó de la música originaria de Puerto Rico. Mientras bebía de mi ron no veía a ninguna mujer. No quiero decir que sólo había hombres en el carrete, sino más bien que todas las féminas no sobrepasan los 18 años de edad. Da lo mismo, dije. Con un par de copetes tiro la talla con mis amigos. Pero la música infernal no paraba de sonar por los parlantes, a pesar de que el 90% de los invitados respondía a la estética hip-hop. Aunque, después dialogando con mi vaso nos dimos cuenta que la vestimenta de videos musicales de rap se había traspasado a la forma de vestir de los escuchas reggeaton.

Miraba a mi alrededor y sólo veía chaquetas con chiporro y poleras musculosas bajo su abrigo. Los gorros afloraban por doquier, como también el gel en el pelo de muchos de los asistentes masculinos. Bajo mi desilusión musical buscada alguna chiquillas que tuviera algún tema interesante y que no sólo me hablara del último romance de Mekano o el último hit reggeaton. Alguna chiquillas interesante no era el arquetipo de las invitadas a la fiesta. Decidí sumergirme en el alcohol y criticar internamente a los especimenes de la fauna Daddy Yankee.

Abrí los ojos para observar que todos gozaban el reggaeton. Me da
lo mismo lo que baile la masa alienada, pero de todas formas extrañaba de sobremanera algún beat un poco más elaborado. Movimientos pélvicos por doquier y niñas tambaleando sus caderas era la forma de bailar el ritmo. También había niños (lo siento, no se les puede describir de otra forma) que salieron de sus casas con la película “Blod in, blod out”. O sea, pendejos alucinados que vieron muchos videos de Mtv y compraron baratamente el estilo de vida de los negros que admiran en el televisor.

Niños chicos que, según me entere, portaban pistolas para sentirse los más malos del barrio. Me dan risa esos chicocos, pero pensándolo bien me dan más pena que risa. En conclusión los encuentro patéticos. Mirando de reojo por si alguien quiere hacer demostrar su hombría de niñito de papá que necesita sentirse un poco más grande. Usando modismos extraídos de la jerga reggaeton o de algún penal nacional. Alucinados en pocas palabras. Bailaban libidinosamente con las niñas que los acompañan, mirando con cizaña a quién ose cruzarse de ojos con ellos. Con un vino barato en sus vasos se sienten los dueños de un mundo surrealista copiado vulgarmente de videos musicales y películas de baja factura.

Asumo que bailé con una amiga. Que moví mi pelvis al ritmo de las cajas del reggeaton, pero eso era producto del alcohol y de mi pasividad frente al espectáculo. Puede que sea el baile de moda, pero la forma de comportarse de los exponentes criollos da para análisis. Una investigación que daría por resultado una patética descripción de la vida de los adolescentes chilenos.



Perren niños, perren. Pero dejen de ver esas películas de gangster post-modernos y así el baile se les hace más entretenido. Yo por el momento me rio de ustedes.