miércoles, 30 de noviembre de 2005

Un rato con Don José

Parado en un paradero cualquiera para paralizar la posibilidad de pasar más en casa. O sea, esperando la micro hacia mi casa escucho una voz que me dice: “Joven... ¿tiene un cigarrito que me convide?”. Ante tal petición doblo mi cuello y veo a un anciano haraposo que me mira angustiado por la necesidad de botar humo por su boca. Mi avaricia con los cigarrillos pasó a un segundo plano y de inmediato estiro mi mano para entregar el tabaco cubierto de papel. Noté que tampoco tenía fuego, así que nuevamente estiré mi brazo –esta vez el derecho- y prendí el cigarro al señor que me miraba agradecido. Instintivamente prendí un cigarro, instintivamente me senté en el paradero, instintivamente miré hacia el lado e instintivamente dije: “Puta que es bacán fumarse un cigarrito”. El hombre de mi derecha sonrió lo que delató sus dientes amarillos provocados por el tabaco. “¿Cómo está?”, pregunté. “Muy bien señor”, me respondió. Fue el primer dialogo que tuve con Don José.

Conversamos y conversamos mientras observaba su chaqueta llena de tierra y con manchas producto, quizás, de una maliciosa gota de aceite. Entre sus manos temblorosas la albura del cigarro resaltaba considerablemente por sobre la tierra que las cubría. Me imaginé las manos de un hombre trabajador, teñidas de negro por el polvo de sacos y ásperas por el contacto con la tierra. Las cenizas caían gracias a ningún esfuerzo enviado por el cerebro, más bien tocaban el suelo por el movimiento de un infante parkinson. Sus largas y sucias uñas parecían garras aprendiendo a utilizar el fuego cuando cada aspirada renacía la hoguera del cigarrillo. Don José me dijo que no vivía en la calle –me dijo muchas cosas-, es más mencionó que su mamá tenía una casa a escasos metros de nuestro punto de encuentro. “Todavía tengo viva a mi mamita”, dijo melancólicamente. Al instante pensé en mi mamá y en esa canción que dice “viejo mi querido viejo”. Afirmó que vivía en Santiago, “¿Santiago centro?”, dije; “eso mismo”, confirmó. Su piel tenía un tono color caribeño lo que hacía querer pensar que estuvo varios días bajo un incesante sol tropical con un copete en la mano y botando las cenizas con aquel infante parkinson. Pero con toda seguridad no era así, y su color dérmico se debía por pasar largas horas bajo el incesante sol santiaguino con la mano estirada mendigando dinero a los autos. Bebía un vino 120 que me ofreció cortésmente, cosa a la que me negué porque tenía que llegar a estudiar. Además no quise porque prendo como pasto seco y a lo mejor hubiera terminado con Don José macheteando para compra nuestra 8 caja de vino. Creía que su ausencia de calcetines debía rasparle los tobillos por la fricción de sus zapatos, pero él lo asumía con total naturalidad e ignoraba que su piel se marcaba ante tal roce.

Me contó que su hermana trabajaba en el Servipag y que lo ignoraba por “mendigar y andar con toda la ropa sucia”.

-De ahí sigo con Don José- Hay que estudiar.

domingo, 20 de noviembre de 2005

Capas capitalistas

El dinero llega a todas partes, o más bien dicho el poder del dinero. Incluso alcanza un territorio tan reducido como es el trabajo de superhéroe. El gremio mira con recelo el manto capitalista que cubre sus confines, de hecho en la liga de la justicia el sindicato se está moviendo y habla entre dientes de cómo uno de sus afiliados no cuenta con superpoderes y más bien se esconde tras sus aparatitos que cualquier hijo de vecino multimillonario podría adquirir.

El sufrido Hombre araña ingresó a la elite justiciera por problemas económicos, y además debe sortear con agilidad los obstáculos monetarios que su carrera de estudiante y fotógrafo aficionado no logran solventar. Para más remate es un mantenido porque todavía vive en la casa de su tía. (Aunque quizás todavía no se va de la casa de la tía porque Mary Jane es su vecina. Una araña libidinosa.). Por otra parte, Superman también tiene problemas con su capital. Ya que debe trabajar como periodista en el diario de la ciudad, debe arriesgar su pellejo por un misero sueldo de reportero que al parecer tampoco le alcanza para independizarse (Puede que Lisa sea el motivo para soportar el trabajo periodístico.). Aunque también se vive la cara de la otra moneda. El murciélago multimillonario.

Batman tuvo la suerte de nacer en una cuna de oro. Sin embargo, tuvo la mala suerte de quedar huérfano a temprana edad, lo que llevo a Alfred a tomar el rol de padre y madre a la vez. Pero él no tiene ningún superpoder. Sólo tiene dinero. No es posible que alguien se transforme en un defensor de la ciudadanía sin tener virtud alguna que lo diferencie de los demás. En ese caso Sebastián Piñera podría esconderse tras una mascara y defendernos del mal ó Douglas Tompkins ponerse una capa y pelear contra los villanos. El residente de ciudad gótica tiene la plata para comprar todos los juguetitos que lo hacen ser un hombre especial. Si yo tuviera el dinero para adquirir el batimovil, el batiavión, el batibote o la batidora también saldría a reestablecer el orden. En resumen.. ¿Qué poder tiene Batman?. Que yo sepa... nada. Y eso es lo que los demás superhéroes miran con desconfianza y cuestionan si Batman es en esencia uno de ellos. Además las malas lenguas afirman que una vez Linterna verde le pidió un préstamo al murciélago y éste se negó. O sea que se suma su avaricia.

Y esa es una pregunta que me está dando vueltas hace mucho rato en mi cabeza. ¿Batman es un superhéroe o no?.

miércoles, 2 de noviembre de 2005

Fiesta del ombligo !

Jueves 10 de noviembre.
Brasil #657.
Valor... sólo una luca!.
Pueden llevar su propio copete, sus propios caños y nadie los detendrá en su indiscriminado consumo.

Este año la mítica fiesta organizada por los estudiantes que cursan la mitad de la carrera llevará por nombre “Wild on / Horny party”. Por lo tanto, se espera un carrete apoteósico donde nadie pone las manos al fuego por nadie. Tercer año de periodismo de la Universidad de Chile, generación 2005, se las jugará por un evento carente de grabadoras, ausente de comentarios maliciosos donde la discreción será la tónica del evento.
No elegimos el Costa Varua ni tampoco el Café Vallarta, sino más bien mantendremos la esencia bohemia de nuestra institución. Por eso, el barrio Brasil acogerá nuestra fiesta y a todos aquellos que asistan a ella. Todos serán muy bien recibidos, a excepción de jugosos en mala.
Nos vemos el jueves 10.

martes, 1 de noviembre de 2005

New

Wednesday like day Monday. New motivation.

Infierno en la 622

Es sabido que con la implementación del Transantiago las antiguas micros amarillas firmaron su propio exterminio. Hoy fui un testigo presencial de su extinción.

Boca seca, pieza con olor a cantina, dolor de cabeza insoportable y mareo de los mil demonios acompañaron mi grato despertar, después de una noche cargada a las cervezas, al cigarro y a cierto tipo de baile libidinoso. Para alejar tales malestares corporales, producto de la resaca, cogí mis anteojos de sol, mi discman, un buen álbum y mi bicicleta para así emprender rumbo por las arterias capitalinas. La fresca brisa en mi cara y el alcohol que brotaba de mi cuerpo acompañaban las cajas y bombos que sonaban en mis oídos, mientras a lo lejos una columna de humo llamó mi atención. Pensé: “Ya están quemando pasto”. Pero para mi sorpresa se presentó frente a mi un microbús que comenzaba a incendiarse. El humo salía desde la parte delantera de la maquina y algunas llamas tomaban forma. La horda de curiosos, entre los que me incluía, mirábamos perplejos el espectáculo. Supuse que no había nadie dentro de la micro, ya que la desesperación no era mayor, sino más bien un show de alto calibre. Vecinos y una tracalada de improvisados bomberos hacían débiles intentos por combatir el fuego a base de pequeños extintores con polvos químicos. Las llamas alcanzaron una altura considerable y aquel siniestro se transformó en una imagen increíble. Era como mirar el mejor de los shows. Ver las llamas consumir la indefensa micro era excitante, además se corría el peligro de alcanzar un gigantesco árbol que se encontraba a escasos metros de la 622. También podía explotar el deposito de petróleo del microbús, lo que sumaba más emoción al hecho. Todavía no me desprendía de mis audífonos, así que veía como el fuego consumía a la maquina con una buena banda sonora en mi cabeza. El humo tóxico llegaba a la nariz de los curiosos y los alejaba del espectáculo. Yo por mi parte gozaba con la imagen que el destino me proporcionó. Me acordé cuando vi como caían las torres gemelas y me quedaba perplejo. Todos miraban con espanto las llamas y el fuego y yo por mi parte parecía un púber con su primer seno frente a sus ojos. También se me vino a la mente la opinión de un artista italiano con respecto a la caída de las torres gemelas en septiembre del 2001. Afirmó que el atentado -¿o misma medicina?- al World Trade Center fue una de las mayores obras de arte de los últimos tiempos, porque fue un hecho irrepetible, con una planificación de quizás años, que además todo el mundo tuvo la oportunidad de verlo en vivo y en directo. Fue una experiencia gratuita que nos regaló Osama Bin Laden y sus secuaces, una experiencia que se da una vez en la vida por obra de los artistas de la muerte. En fin, pensaba lo mismo de la micro que se quemaba. Una contemplación del fuego que comía inescrupulosamente los fierros, asientos, boletos y carteles del microbús. Saqué mis audífonos y escuchaba el retorcer de la maquina. Una verdadera exquisitez musical que se vio interrumpida por las sirenas de los carros de bomberos. Los hombres del fuego actuaron rápidamente y provistos de sus mangueras me quitaban el espectáculo, apagaban sin mayores tapujos las llamas del recorrido 622. Dos carros se hicieron presentes ante la obra de arte y cerraron el museo al aire libre. Humo mucho más tóxico que el anterior se apoderó de las blancas nubes que veían desde arriba el infierno terrenal. Aumentó con creces la humareda negra que brotaba de la micro y las gente comenzó a tomar distancia. El color amarillo desapareció para siempre del bus y en su lugar se instaló un tono quemado. Ahora era como ver un cuadro con agua, con la pintura corrida y el enojo del artista. Un tipo se me acerca y me comenta lo increíble de la situación, suspire tranquilo porque ya sabía que no era el único que disfrutó con el incendio. De hecho su cortesía llegó al nivel de ofrecerme un cigarro, pero lo paradójico de la situación era que no teníamos fuego. Preguntamos a nuestro alrededor y todos nos lanzaban el mismo chiste: “Tsssss... ¿por qué no lo prendió con la micro?”. Plop. Increíblemente nadie tenía un encendedor o una caja de fósforos. Pensé en ir a pedirle fuego a los bomberos, soy desubicado, pero no tanto. Todos me quitaban el fuego, por un lado los bomberos me lo apagaban, y por otro la gente me lo negaba. Nos conseguimos fuego, hablamos un rato y seguí mi camino por la calles de mi ciudad. Atrás quedo la micro quemaba, los audífonos en mis oídos, y el cigarro en mi boca era la nueva realidad. Lamenté no haber tenido mi cámara, así hubiera inmortalizado la obra de arte.