martes, 1 de noviembre de 2005

Infierno en la 622

Es sabido que con la implementación del Transantiago las antiguas micros amarillas firmaron su propio exterminio. Hoy fui un testigo presencial de su extinción.

Boca seca, pieza con olor a cantina, dolor de cabeza insoportable y mareo de los mil demonios acompañaron mi grato despertar, después de una noche cargada a las cervezas, al cigarro y a cierto tipo de baile libidinoso. Para alejar tales malestares corporales, producto de la resaca, cogí mis anteojos de sol, mi discman, un buen álbum y mi bicicleta para así emprender rumbo por las arterias capitalinas. La fresca brisa en mi cara y el alcohol que brotaba de mi cuerpo acompañaban las cajas y bombos que sonaban en mis oídos, mientras a lo lejos una columna de humo llamó mi atención. Pensé: “Ya están quemando pasto”. Pero para mi sorpresa se presentó frente a mi un microbús que comenzaba a incendiarse. El humo salía desde la parte delantera de la maquina y algunas llamas tomaban forma. La horda de curiosos, entre los que me incluía, mirábamos perplejos el espectáculo. Supuse que no había nadie dentro de la micro, ya que la desesperación no era mayor, sino más bien un show de alto calibre. Vecinos y una tracalada de improvisados bomberos hacían débiles intentos por combatir el fuego a base de pequeños extintores con polvos químicos. Las llamas alcanzaron una altura considerable y aquel siniestro se transformó en una imagen increíble. Era como mirar el mejor de los shows. Ver las llamas consumir la indefensa micro era excitante, además se corría el peligro de alcanzar un gigantesco árbol que se encontraba a escasos metros de la 622. También podía explotar el deposito de petróleo del microbús, lo que sumaba más emoción al hecho. Todavía no me desprendía de mis audífonos, así que veía como el fuego consumía a la maquina con una buena banda sonora en mi cabeza. El humo tóxico llegaba a la nariz de los curiosos y los alejaba del espectáculo. Yo por mi parte gozaba con la imagen que el destino me proporcionó. Me acordé cuando vi como caían las torres gemelas y me quedaba perplejo. Todos miraban con espanto las llamas y el fuego y yo por mi parte parecía un púber con su primer seno frente a sus ojos. También se me vino a la mente la opinión de un artista italiano con respecto a la caída de las torres gemelas en septiembre del 2001. Afirmó que el atentado -¿o misma medicina?- al World Trade Center fue una de las mayores obras de arte de los últimos tiempos, porque fue un hecho irrepetible, con una planificación de quizás años, que además todo el mundo tuvo la oportunidad de verlo en vivo y en directo. Fue una experiencia gratuita que nos regaló Osama Bin Laden y sus secuaces, una experiencia que se da una vez en la vida por obra de los artistas de la muerte. En fin, pensaba lo mismo de la micro que se quemaba. Una contemplación del fuego que comía inescrupulosamente los fierros, asientos, boletos y carteles del microbús. Saqué mis audífonos y escuchaba el retorcer de la maquina. Una verdadera exquisitez musical que se vio interrumpida por las sirenas de los carros de bomberos. Los hombres del fuego actuaron rápidamente y provistos de sus mangueras me quitaban el espectáculo, apagaban sin mayores tapujos las llamas del recorrido 622. Dos carros se hicieron presentes ante la obra de arte y cerraron el museo al aire libre. Humo mucho más tóxico que el anterior se apoderó de las blancas nubes que veían desde arriba el infierno terrenal. Aumentó con creces la humareda negra que brotaba de la micro y las gente comenzó a tomar distancia. El color amarillo desapareció para siempre del bus y en su lugar se instaló un tono quemado. Ahora era como ver un cuadro con agua, con la pintura corrida y el enojo del artista. Un tipo se me acerca y me comenta lo increíble de la situación, suspire tranquilo porque ya sabía que no era el único que disfrutó con el incendio. De hecho su cortesía llegó al nivel de ofrecerme un cigarro, pero lo paradójico de la situación era que no teníamos fuego. Preguntamos a nuestro alrededor y todos nos lanzaban el mismo chiste: “Tsssss... ¿por qué no lo prendió con la micro?”. Plop. Increíblemente nadie tenía un encendedor o una caja de fósforos. Pensé en ir a pedirle fuego a los bomberos, soy desubicado, pero no tanto. Todos me quitaban el fuego, por un lado los bomberos me lo apagaban, y por otro la gente me lo negaba. Nos conseguimos fuego, hablamos un rato y seguí mi camino por la calles de mi ciudad. Atrás quedo la micro quemaba, los audífonos en mis oídos, y el cigarro en mi boca era la nueva realidad. Lamenté no haber tenido mi cámara, así hubiera inmortalizado la obra de arte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

wena weon....weon esta filete toda esta wea weon.....weno weno...la dura...te felicito..

cuidate...
pazzz...

lcp¡¡¡

Anónimo dijo...

videsss...