martes, 16 de enero de 2007

Carrete diario

El dos de enero recién pasado comencé a trabajar en la sección Deportes de La Tercera. Apenas llegué, percibí un ambiente distendido y de amena convivencia. Incluso, podría asegurar que recalé en un quinto básico de un colegio de hombres. Es una sección netamente masculina, donde sólo hay una mujer en la semana y otra que llega los fines de semana. Y en total sumamos casi 15 hombres. Por lo tanto, puedo asegurar que las tallas afloran cada vez que alguien abre la boca, y no está de más decir, que nadie se llama por su nombre de pila. Todos, sin excepción alguna, tenemos sobrenombre. Y para cerrar el cuadro, estos periodistas prenden con agua, característica innata de mi profesión. Había que puro carretear.


Pero no fue así.

El viernes pasado tuve que ir a reportear las semifinales del Campioni del Domani, tradicional torneo de básquetbol juvenil. El último partido terminó casi a las 23:30 horas, así que después de despachar por teléfono podía largarme a casa. A las 23:40 llegó el móvil para llevarme a mi placentera cama. Estaba tan cansado que rechacé un carrete con amigas que trabajan en El Mercurio y La Nación, de hecho esta última, tenía un cumpleaños de un periodista del diario estatal en algún bar de Providencia. Pero el cansancio fue más y deserté de la celebración. Además, estaba que me cagaba y quería cagar en el water de mi hogar. Llegó el taxista, pero venía con un pero. Apenas subí al automóvil me dice: "Flaco... podemos pasar a buscar a un amigo que vive camino a tu casa. Me está esperando en un bar". "Mientras el bar tenga baño ningún problema. Estoy que me cago", atiné a decir. A lo que me responde al instante, "Si tiene. Y ahí nos tomamos unas cervecitas con mis amigos". No presté mucha atención porque por el momento mi prioridad era cagar.

Llegamos al bar donde habían cinco taxistas bebiendo desde hace un buen rato. Por fin cagué. Estaba dispuesto a tomarme una cerveza con mis nuevos amigos y emprender camino a casa. Tenía que trabajar temprano en la mañana. Salí del baño, me senté en la mesa frente a un vaso de piscola. Dije: "Será una piscolita entonces". Para mi mala suerte -o buena. Según desde donde se vea- las botellas de pisco se llenaban una tras otra. Estaba cagado de la risa con los taxistas, había mucho copete, lo que trae como consecuencia la embriaguez.

Un viejo estaba tan borracho que comenzó a derramar bebida en su cabeza. A ese le quitaron las llaves de su auto inmediatamente. No estaba en condiciones de manejar. Así que cerca de las 03:00 am decidimos que era hora de ir a dejarlo a su casa. "¿Y dónde vive este weón?", pregunté. "En Quilicura". Este weón vive a la mierda, al otro extremo de Santiago, y había que ir a dejarlo. Me subí a un auto y partimos a dejar al weón ebrio. Lo anecdótico es que la borrachera extrema del taxista se desvaneció y camino a su casa se bajó a una botillería clandestina a comprar un Ron. Guardaron su auto y este señor sacó de su casa unos vasos, hielos para beber el ron. Así que a las 03:45 comenzamos a bajar la sexta botella de alcohol de la noche. De nuevo estábamos cagados de la risa, tirando la talla muy alegremente.

Era hora de partir. Lo bueno es que estos viejos me tenían que dejar en la puerta de mi casa. Estaba a kilómetros de mi hogar, pero sabía que me bajaría sólo a sacar las llaves de mi hogar. A las 05:30 me bajé del automóvil más ebrio que la cresta, pero después me di cuenta que el chofer del taxista estaba más borracho. Nuevamente fui irresponsable. Además, tenía que levantarme a para ir a trabajar a las 10:00. Ultra responsable.

En fin. Mi primer carrete en el diario no fue con periodistas, ni fotógrafos, sino que con taxistas. Lo bueno es que me hice de buenos amigos que son más simpáticos que la cresta.

Lo malo es que ayer lunes fui a carretear con los periodistas de mi sección. Lamentablemente, la resaca de hoy me impide narrar esa historia. Otro día será.

martes, 9 de enero de 2007

¿Habrá alguna copia?

Yo quiero una igual a ella.
Cuando la vi por primera vez en Perdidos en Tokio pensé de inmediato que buscaría a una igual.
Sé que nunca encontraré a alguna que ni siquiera se le acerque a sus majestuosos tobillos.
Pero es mejor que sea así, de esta forma, vive gloriosa y celestial tal como me la imagino.
Scarlett Johansson por favor sigue cuativándome con tu cara angelical, con tu tierna mirada y tu cuerpo espectacular.