miércoles, 21 de noviembre de 2007

Me tiré

Hoy a las 14.30 horas con un calor terrible en la calle Arturo Prat y a 9 cuadras de la Alameda, una mina me dice: "¿Queris que te tire en el taxi hasta la Alameda?". Y repitió coquetamente, "Guaaaaa... ¿queris que te TIRE en el taxi hasta la Alameda?".

Me hice el weón y le dije que sí. Me subí al taxi y me bajé con ella en la Alameda. No me tiró en el taxi hasta la Alameda, menos mal, porque hubiera sido cortito y habría quedado con ganas.

PD: Hoy me vacuné de pura casualidad. Iba apurado caminando por José Pedro Alessandrí y mientras pasaba por en frente de la UTEM, que está a la vuelta de mi universidad, una mujer con delantal blanco me agarra del brazo. Como iba con audífonos y la música en su másixo volumen no entendí nada. Logré leer sus labios y le dije que No. Me sentó en una silla, me subió la manga de la polera y me vacunó. Y todo en menos de 30 segundos.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Combos venían

Nada mejor que acompañar un carrete en Pirque con una buena dosis de alcohol. Siempre dicen que no hay nada mejor que dos para dos. Entonces compramos dos botellas de ron, dos bebidas de dos litros, dos vasos y dos bolsas de hielos para dos gargantas secas con ganas de pegar el par de dos. Lo único bueno es que teníamos que tomar un solo microbús y no dos.

Antes de llegar a la fiesta habíamos bajado casi la mitad de una botella de ron, por lo que nuestras mentes lucidas se quedaban en nuestro querido Puente Alto. Sin embargo, el panorama se nos mostró mucho más ameno a medida que nos encontrábamos a gente conocida en las afueras del carrete. Aunque eso no nos quitaba el rápido camino a la borrachera.

Dentro de la casona simplemente estábamos ebrios. Y según lo que me dijeron algunos conocidos mi compañero de andanzas buscó camorra desde muy temprano. En términos coloquiales el muy saco de huea dio jugo apenas llegamos al carrete. Por lo tanto, muchas de las miradas se dirigían hacía nosotros con cierto odio. Por mi parte conversaba borracho con algunas chiquillas tratando de rescatar algún affaire a lo largo de la noche. Si es que mi conciencia no me engaña mis planes se fueron al tacho de la basura. No importa, a veces ebrio soy más feliz. De hecho, el exceso de ron me llevó a dormir placidamente parado apoyado en un auto. Hacía un frío que te calaba los huesos, pero yo estaba más cómodo que en mi propia cama.

Luego de sentir algunas cachetadas de parte de una chiquilla, para despertarme que quede claro, vi la luz del sol que indicaba la hora para regresar a casa. Después de reponerme del impacto solar a mis ojos, busqué preocupado a mi compañero de farras para volver a nuestros respectivos hogares.

Pasados algunos minutos encontré a mi amigo y junto a dos señoritas más enfilamos rumbo a Puente. Todo iba bien hasta el momento. Incluso fui capaz de reponerme, en cierto grado, de la borrachera que sostuve durante toda la noche. Nos subimos arriba de la micro con ganas de dormir para regresar a casa con menos grados de alcohol en el cuerpo. Pero ahí ardió Troya.

Justo cuando me iba a sentar para cerrar mis ojos, agachar mi cabeza, botar saliva y manchar mi polera con la misma saliva sucedió un hecho inesperado. Repentinamente un tipo desconocido se coló ágilmente y me privó de mis ganas de sentarme. En primer instancia le pedí amablemente que se parara del asiento, puesto que había elegido con anterioridad sentarme en éste. Obviamente el tipo se negó.

Ante la primera negativa del sujeto el tono de mi voz subió y las palabras de cortesía se diluían en el aire. “Ya po’ párate po’ weón no seai’ así”, le dije. Y me respondió: “Sale pa’lla culiao’”. Al escuchar la última palabra que salió de la boca del desconocido el Puentealtino flayte que llevo dentro afloró más fuerte que nunca. Así que le dije cortésmente: “¿No te vay a parar sapo y la conchetumare’?”. “No po’ weón”, me dijo. Esa fue la antepenúltima imagen que recuerdo.

Porque la penúltima escena que rememoro es cuando le pegué cinco combos directos a su cara. Fueron golpes dirigidos hacía abajo, ya que el sujeto estaba sentado. Y la última imagen fue alrededor de cinco manos empuñadas dirigidas hacia mi noble cara. Después de eso, sólo sentía golpes que se esparcían por todo mi cuerpo. Lo que no tenía en cuenta era que el sujeto no venía con dos acompañantes tal como pensaba, sino que más bien era secundado casi por una decena de amigos. Lo primero que atiné fue a resguardarme en la puerta trasera del microbús para recibir golpes en un solo lado de mi humanidad. Además, a cada instante repetía: “De a uno po’ giles culiaos, de a uno”. Como era de imaginar mi desafío a pelear a la antigua fue ignorado por completo y seguía sumergido en el torbellino de golpes.

El que se llevó también peor parte fue mi compañero de andanzas. Ya que él saltó a mi defensa y al igual que fue golpeado. Se preguntarán… ¿y las chiquillas que acompañaban al par de borrachos?. Bueno, ellas también apretaron sus puños y se enfrascaron en la defensa.

Lo peor de todo es que el microbús no se detenía nunca y nosotros seguíamos insertos en el cóctel de combos y patadas. Mientras seguía recibiendo ganchos y mi cabeza se azotaba contra la puerta, cubrí mi cara con mis brazos para menguar las consecuencias de la golpiza. Incluso tuve la oportunidad de lanzar patadas para tratar de alejar a mis agresores. Pero en una de esas patadas uno de los sujetos sacó mi zapatilla derecha del mi pie para tratar de robármela. Apenas sentí que mis calcetines estaban a la intemperie salí en persecución del ladrón de calzado. Lo seguí por el pasillo del microbús y llegué hasta su escondite, en este caso un asiento, y le arrebaté la zapatilla de sus manos. Cuando la tuve en mi poder la puse de inmediato en mi pie descalzo y traté de volver a mi querida puerta. No obstante, en el camino hacia mi guarida recibí el llamado “callejón oscuro” de los golpes.

Pero una puerta se abrió y entró la luz. Porque el conductor se dio cuenta que había una golpiza de proporciones a escasos metros de su labor y por fin abrió la puerta del microbús. Apenas tuve la oportunidad de bajar de la maquina lo hice.

-Continuará-