PD: Hoy me vacuné de pura casualidad. Iba apurado caminando por José Pedro Alessandrí y mientras pasaba por en frente de la UTEM, que está a la vuelta de mi universidad, una mujer con delantal blanco me agarra del brazo. Como iba con audífonos y la música en su másixo volumen no entendí nada. Logré leer sus labios y le dije que No. Me sentó en una silla, me subió la manga de la polera y me vacunó. Y todo en menos de 30 segundos.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
Me tiré
PD: Hoy me vacuné de pura casualidad. Iba apurado caminando por José Pedro Alessandrí y mientras pasaba por en frente de la UTEM, que está a la vuelta de mi universidad, una mujer con delantal blanco me agarra del brazo. Como iba con audífonos y la música en su másixo volumen no entendí nada. Logré leer sus labios y le dije que No. Me sentó en una silla, me subió la manga de la polera y me vacunó. Y todo en menos de 30 segundos.
domingo, 11 de noviembre de 2007
Combos venían
Pasados algunos minutos encontré a mi amigo y junto a dos señoritas más enfilamos rumbo a Puente. Todo iba bien hasta el momento. Incluso fui capaz de reponerme, en cierto grado, de la borrachera que sostuve durante toda la noche. Nos subimos arriba de la micro con ganas de dormir para regresar a casa con menos grados de alcohol en el cuerpo. Pero ahí ardió Troya.
Porque la penúltima escena que rememoro es cuando le pegué cinco combos directos a su cara. Fueron golpes dirigidos hacía abajo, ya que el sujeto estaba sentado. Y la última imagen fue alrededor de cinco manos empuñadas dirigidas hacia mi noble cara. Después de eso, sólo sentía golpes que se esparcían por todo mi cuerpo. Lo que no tenía en cuenta era que el sujeto no venía con dos acompañantes tal como pensaba, sino que más bien era secundado casi por una decena de amigos. Lo primero que atiné fue a resguardarme en la puerta trasera del microbús para recibir golpes en un solo lado de mi humanidad. Además, a cada instante repetía: “De a uno po’ giles culiaos, de a uno”. Como era de imaginar mi desafío a pelear a la antigua fue ignorado por completo y seguía sumergido en el torbellino de golpes.
Lo peor de todo es que el microbús no se detenía nunca y nosotros seguíamos insertos en el cóctel de combos y patadas. Mientras seguía recibiendo ganchos y mi cabeza se azotaba contra la puerta, cubrí mi cara con mis brazos para menguar las consecuencias de la golpiza. Incluso tuve la oportunidad de lanzar patadas para tratar de alejar a mis agresores. Pero en una de esas patadas uno de los sujetos sacó mi zapatilla derecha del mi pie para tratar de robármela. Apenas sentí que mis calcetines estaban a la intemperie salí en persecución del ladrón de calzado. Lo seguí por el pasillo del microbús y llegué hasta su escondite, en este caso un asiento, y le arrebaté la zapatilla de sus manos. Cuando la tuve en mi poder la puse de inmediato en mi pie descalzo y traté de volver a mi querida puerta. No obstante, en el camino hacia mi guarida recibí el llamado “callejón oscuro” de los golpes.