En el torneo de clausura del 2005 debuté. En el papel el equipo no cumplió una buena campaña, pero las demás escuadras comenzaban a mirar con cierto recelo la nueva actitud de Manfinflácticos. Además, en ese campeonato luché codo a codo por el trofeo de goleador, pero lamentablemente quedé a mitad de carrera por la eliminación de mi equipo. Sin embargo, mi performance gustó a variadas instituciones, lo que significó variadas conversaciones para firmar por otro club. Fueron propuestas que sin duda me sedujeron, pero yo quería consagrarme con la camiseta del equipo que me dio la oportunidad de inflar las redes. Quería revivir la época de Maradona en el Nápoles, quería sacar del pozo al equipo más vapuleado, quería hacer historia.
Y había llegado el momento. Era la hora decisiva para Manfinflácticos, era el momento para desprenderse del estigma de lo peor de lo peor. Se jugaba en contra de Real Ebriedad, actual campeón metropolitano de las escuelas de periodismo, que daba la coincidencia, también eran nuestros compañeros de generación. Era David contra Goliat. Dicho cotejo se enmarcaba dentro de las semifinales del torneo, lo que se traducía en 45 minutos de espera para disputar el trofeo. El ambiente era el adecuado, cuarto año entero se encontraba en las graderías viendo a los dos equipos de su curso. La expectación por saber quién jugaría la final se percibía en el aire, los nervios en los jugadores de ambos planteles se manifestaban en trotes cortos y elongaciones varias. El arbitro sería Juan “Juancho” Lizama, quien mantiene una estrecha amistad con el cuadro beodo, lo que auguraba un viciado arbitraje.
Suena el silbato. Las primeras jugadas denotaban lo tenso de los jugadores, pases malos, amagues fallidos y centros sin destino eran la tónica de los minutos iniciales. Lo cerrado del partido hacía que el juego se diera en la mitad de la cancha, donde los sutiles y escondidos golpes afloraban como si nada. No obstante, la muralla defensiva de Manfinflácticos resistía el ataque furibundo del Real Ebriedad. A pesar de eso, me las arreglaba para complicar a los aplicados defensores del equipo borracho. Los años en canchas de tierra enseñan las pequeñas artimañas futboleras que no dudé en usar, y en un jugada clave fueron fundamentales. A casi 5 metros de la portería rival recibo una pelota de espaldas al arco, a lo que el defensa arremete ganoso y me puntea el balón. Miro como el esférico cae en los pies de un compañero manfinflero, a lo que decido enganchar el pie de mi marcador dejándolo en el suelo. Obviamente, el referee no ve tal artilugio y decide continuar con el juego. Mi compañero de la manfinfla patea desde fuera del área rebotando la pelota en un defensa, balón que controlo rápidamente para enfilarme al pórtico rival. Luego de un enganche, eludo al portero y lo dejo en el suelo, sin embargo un jugador contrario me tapaba el ángulo. Por eso decido patear arriba y con fuerza, haciendo nulos los intentos por evitar que la pelota cruce la línea de meta. Veo como se infla la red y la barra estalla en alegría, corro hacia mis compañeros y me sumerjo en un mar de abrazos que no podían creer lo que estaban viviendo. La banca completa se metió a la cancha para celebrar el gol más importante de la historia de Manfinflácticos. Fueron los cincos segundos más felices de tan querida institución, el patito feo se convertía en cisne para emprender vuelo por los cielos de los torneos de periodismo. La barra rival no salía de su asombro, menos los jugadores de Ebriedad, y nosotros seguíamos abrazados en torno a un sueño que se hacía realidad. Un gol que se gritó con toda el alma, con la voz callada durante muchos años por los ganadores, con la energía de ese que nunca celebra, con la esperanza de tocar la copa. Un grito que quedara en los libros de historia y que nadie que estuviese presente en la cancha podrá olvidar jamás, se convertirá en un mito de la universidad que las futuras generaciones narraran en los pasillos, el grito de un desahogo.Se pita en final del primer tiempo y el marcador no se movía. 1-0 ganaba Manfinflácticos y estaba a un paso de pisar la final. Lamentablemente el estado físico pesó, y las desconcentraciones nos jugaron una mala pasada. Real Ebriedad logró revertir el resultado y llegar a disputar el trofeo. Pero nadie, nadie nos quitará esos cincos segundos donde celebramos mi gol y nos creíamos campeones del mundo.
Ahora dejo Manfinflácticos y me comprometo con un nuevo proyecto futbolístico. Boca Seca Juniors es mi horizonte junto al balón, pero Manfinflácticos será esa camiseta que no se despegará nunca de mi pecho.


