lunes, 9 de enero de 2006

Dos palabras tras las rejas

Como si dos dedos apretaran fuertemente tu garganta, como si la cuerda del ahorcamiento ya estuviera en tu cuello, como si tus manos no fueran lo suficientemente poderosas para sacar la piola, como si vieras sumisamente la bolsa en tu cabeza. Es lo mismo. Las palabras son incapaces de escapar con verdadera sinceridad. Sólo tres silabas escondidas tras dos palabras que mueren por asfixia al no sentir oxigeno. Una vez se fugaron de la boca pero sabías muy bien que volvieron al enterarse que su libertad no tenía sentido. Flotaron un par de segundos en al aire, observando el jadeo de la receptora que se emocionó con verlas suspendidas en el ambiente. Pero ella sabía muy bien que pronto se iban a desvanecer al momento de pararse de la cama. El cuestionamiento sobre su real significado es la mayor de las trabas de la su reclusión, la espontaneidad y entrega se ven relegados al último rincón por detrás del raciocinio. Muchas de tus amantes estuvieron al límite de darles la libertad, de convertirse en las mejores abogadas capaces de quitarlas de la sombra. Pero no. Los grandes barrotes de la incapacidad amatoria enclaustraban los deseos de ver el sol, las ambiciones de las palabras por respirar aire puro y ser escuchadas por alguna mujer. No es un castigo, tampoco un veredicto. Sino más bien la posibilidad de dejar en el pasado la oscuridad del silencio y esa mudez de sentimientos que se escondían cuando estabas con alguna. Pero es mejor no forzarlas y esperar pacientemente que cumplan su sentencia. Por el momento 23 años y un día. Ese día que espero llegar con ansías, pero para mi mala suerte nunca se sabe cuándo llegará ese día. La destinataria ya aparecerá, ojalá que reciba con alegría las palabras y no las haga arrepentirse de salir de su encierro.

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