martes, 3 de enero de 2006

Asesino/Asesinado en serie

Fueron cinco en tres horas. Quizás cinco a secas sea una cifra que no tenga mucho significado, pero si la adecuamos a un determinado contexto puede tener mucha o muy poca incidencia, todo depende del lente que se utilice para mirar. Fueron cinco en tres horas. Cinco asesinos placenteros y silenciosos que atacaron impunemente mi salud. Pero que a la vez calmaron unas ganas irracionales de quitarles la vida uno a uno. Ahora mi cuerpo es el que sufre las consecuencias de tales homicidios, asesinatos que devolverán la mano en un futuro que se aproxima junto con el humo testigo de los hechos. El primero tuvo lugar camino al Metro. El tibio sol de las 09:00 AM me invitó a emprender viaje a la estación más cercana a mi morada. Una hora muy anormal para cometer la acción de sangre, ya que el cuerpo todavía no asimila la sensación de estar caminando bajo el mañanero sol que quema las calles recién salidas de su sueño nocturno. El arma del crimen se desliza suavemente del bolsillo trasero del pantalón, una prueba tangible que un experto sicario borraría inmediatamente del mapa, pero que inexplicablemente uno guarda nuevamente en el bolsillo trasero del pantalón. Con seguridad Jack “El Destripador” la lanzaría al río más frío que cruza las calles de Londres, claro él es un experto. Sin embargo, nos parecemos en la fascinación por cometer los homicidios, pero su modus operandi nos aleja de esa pequeña similitud inicial. Se realiza el disparo, dejando como resultado fuego y humo que no me preocupo de ocultar. Sino más bien, acompañan silenciosamente el caminar presuroso de la conciencia sucia que recién se tiñe más de negro. El entorno ignora por completo el acto delictual en desarrollo sin prestar la más mínima atención al asesinato que tienen enfrente de sus ojos. Puede que omitan el escándalo por ser unos homicidas en potencia, pero para su desgracia desconocen ingenuamente su caminata a recibir la inyección letal. También existe la posibilidad de no escuchar las plegarias para detener la acción, ya que mis oídos recibían sólo los beats que lanzaban mis audífonos. La cosa es que el hecho ya estaba consumado. El viaje en Metro no ocultó la enfermiza desesperación de saciar la sed de venganza y tomar por segunda vez el arma del delito. Una vez terminado el último escalón el paso de la gente no mermó en absoluto el parkinson homicida. Así se oyó –quizás los demás transeúntes- otro disparo. La misma historia se repitió en 3 ocasiones más, lo que me convierte en un asesino en serie que no calmara sus instintos hasta encontrar la muerte. Ese silencioso, pero placentero, deceso que los años ayudan a tejer. Quizás algún día deje de fumar. Quizás.

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