domingo, 4 de septiembre de 2005

Te ganaste el cielo

Imagino que para ti es un día especial, o quizás ese día llegó hace bastante tiempo y yo no estaba enterado. Pero de igual forma prefiero creer que hoy fue tu debut. Ya que después de pasar innumerables horas bajo el frío invernal tratando de rescatar una nota, al cabo de esperar infinidad de tiempo para obtener alguna declaración de cierto político, soportar diariamente indicaciones para acudir a los lugares más aburridos del país, al fin te recompensaron. Veías como tu colega de tribunales ya se había instalado en ese preciado asiento, como tenía la suerte de mirar fijamente la cámara que toma un primer plano de su cara, como se mostraba pulcra apoyando sus brazos en la mesa de plástico y tú todavía actuabas como carne de cañón en el departamento de prensa. Me imagino que envidiabas a aquellas señoritas del gremio que gozaban con ser sometida a estrictas sesiones de maquillaje por manos profesionales, mientras que tú armada con un miserito espejo te arreglabas sin ayuda alguna. Pero ten por seguro que cualquier tratamiento cosmético en ti está de más. Eres preciosa por antonomasia. Como señalé en mi declaración de amor las grúas televisivas te llevaron al canal estatal. Puede que la oferta de sueldo haya sido nada despreciable, o puede también que el motivo fue que te sentías relegada en la ahora estación de Piñera. De todas maneras los departamentos de prensa, de cualquier canal, se sienten dichosos de contar con tu presencia. Iluminas la vida de todos los periodistas cuando llegas despampanante al canal, tu luz refleja y llena de colores las noticias más dramáticas del país, si Moisés abrió el mar, en tu caso los escritorios y vasallos de la oficina se rindieron a los pies bajo tu sensual caminar. Y reitero, ojalá que hoy haya sido el día especial, por que por lo menos para mi así lo fue. Gigantesca fue mi sorpresa cuando después de muchos intentos por abrir los ojos encendí el televisor. Las elevadas dosis de ron y los infinitos vasos de whisky de la peor calidad invitaron a una maldita resaca a apoderarse de mi cabeza. A eso hay que sumarle aquel insoportable resfrío que ataca mi débil cuerpo. Y para rematar la desagradable amanecida, en realidad eran las 13:00, el frío dominical entraba por la puerta de mi pieza que mi mamá abrió para desalojar ese olor a bar de mala muerte que dominaba mis aposentos. Pero todo eso ya no existía cuando el “canal de todos los chilenos” se desplegaba frente a mis ojos y te vi. Pero mi regalo no fue verte reporteando en la calle, soportando la mirada lasciva de cualquier transeúnte, sino más bien te vi encerrada. Pero no estabas encerrada en helados salones donde aburridas conferencias de prensa son la tónica matutina. Estabas en tu nuevo reino, estabas como la conductora del noticiario. Desplazaste a la hermana de la intendenta de Santiago, muy bella también digámoslo; opacaste al simpático Juan José Lavín, relegaste a la estudiosa Mónica Pérez y te ganaste con creces tu puesto. Lucias un traje blanco que resaltaba su bello color de piel, los tonos morenos que se instalan en tu cuerpo sobresalían gracias a la alba chaqueta. Pelos ondulados caían juguetonamente por encima de tu hombro superándolo por escasos centímetros. Hermosa sonrisa blanca hacia contraste con aquellos pelos juguetones. Uf... y ese escote mujer. Vestías una blusa negra bajo la chaqueta color nieve provista así del escote justo y perfecto. No muy revelador, pero si jugando al límite con la sensualidad. Tus senos imploraban por escapar de esa celda textil, mejor dicho los que estábamos detrás de la pantalla éramos los que imploraban. Pero tenía que pasar desapercibido. No te mereces un bochorno en tu debut en las grandes ligas periodístico-televisivas. Las luces del estudio no brillaban tanto como tu desplante frente a la cámara, dialogabas con el espectador al momento que nos contabas la información. Tus ojos miraban fijamente mis ojos sin recriminarme que los míos estaban puestos en tu escote. Era como conversar con una muy buena amiga, escuchar atentamente lo que me cuentas sin emitir palabra alguna. Los gestos faciales cautivaban al espectador, los movimientos de cejas cuando enfatizabas determinado dato eran los movimientos de cejas dignos de una divinidad. Tus manos se mantenían serenas mientras sostenías los apuntes. El lenguaje kinésico me deslumbraba y enamoraba. Ya te ganaste el cielo. Los directores se dieron cuenta de tu talento escénico-periodístico-empático-seductor y te entregaron la jineta de capitán. Te mereces más que nadie ocupar el puesto de conductora, sobretodo el matinal. Porque verte todas las mañanas hacen que la jornada comience con una sonrisa en la cara. Hiciste que mi día domingo fuera mucho mejor y espero que sea así cada despertar. Orgulloso de ti y feliz por haber visto en vivo y en directo tu debut, espero que haya sido el debut. Y me gustaría escuchar la manoseada frase pero que hoy deseo con ansias escape de tu boca: “nos vemos mañana a la misma hora y en el mismo lugar”. Vero... te ganaste el cielo.

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