jueves, 1 de septiembre de 2005

El jardín de Tomás (primera parte)

Según afirma Tim Burton en “El gran pez” la única forma de atrapar a una mujer estupenda es con una alianza. Es decir, te puedes quedar con la musa de tus sueños sólo ofreciendo compromiso. Pero Tomás no sabía eso. Tomás nunca había visto esa película y además amaba su libertad. De hecho una de sus frases favoritas es: “nunca voy a amar a alguien más de lo que me amo yo”. También hay que poner en carpeta que Tomás fue, es y será un picaflor. Un ave que prefiere revolotear en todas las flores y volar libremente sin atarse con algún capullito. Contaba con un inmenso jardín que él mismo se encargaba de regar afanosa y pasionalmente, y por qué no decirlo, también cariñosamente. Nunca brindó atención especial a determinada flor, ya que según él, las demás se podían poner celosas. A pesar de que cada una de ellas estaba celosamente guardada en invernaderos personales. Todas ellas pensaban que eran exclusivas. Aurora siempre tuvo suspicacias en la actitud de Tomás. Cada palabra que éste emitía era analizada minuciosamente por la muchacha otorgándole sólo un cincuenta por ciento de credibilidad. Además, los agentes externos fueron cruciales para hacer de la desconfianza la tónica de la relación. Donde los dichos de los demás tenían más peso que los sentimientos transformados en oración que Tomás le recitaba a Aurora. Ella lo pasaba bien con él, los momentos que compartieron fueron inolvidables, todas las veces que se conectaron están guardadas en los más atesorados recuerdos de Tomás. Tristemente la fobia a las ataduras que tiene Tomás le pasó la cuenta. Ella se aburrió de no contar con los rayos solares diarios que fortalecieran la relación. Su proceso de fotosíntesis quedó a medio camino por la sombra desafectiva de Tomás. Sin embargo, aquella flor siempre necesitará los rayos solares y las nuevas tonalidades que conoció con Tomás, y esos colores quedarán impregnados en sus pétalos independientemente de la mano que la riegue. Por otra parte, Victoria vio en Tomás sólo un buen amigo. Era el típico compañero de trabajo que siempre estaba ahí, aquel con el cuál aprovechaba la hora de colación, el mismo al que acudía cuando no quería fumar sola a escondidas del gruñón jefe. Tomás sentía lo mismo, de hecho muchas veces la aconsejó en su antigua relación. Pero nunca se vieron de verdad con unas cuantas copas encima. Ahí ardió Troya. El feeling amigable mutó hacía una química carnal. No importaba que ambos estuvieran con otras personas, todo pasaba al olvido y disfrutaban el momento. Un sin fin de bares y los lugares más recónditos de la oficina fueron testigos de la aventura. Paredes silenciadas por los constantes encuentros fríamente programados y apaciguadas por los grados de alcohol reinantes en el cuerpo. Una flor que se nutría con tragos como si fueran sanas lluvias primaverales. Hasta que Victoria cortó por lo sano y acabó su ya viciada relación. Tomás fue una de las razones que la llevaron a tomar esta drástica decisión, pero lamentablemente para ella su adorado jardinero no tenía una proyección en su compañía. Así comenzaron las reiteradas preguntas sobre lo qué estaba haciendo y qué significaba ella para Tomás. Interrogatorios que a él lo molestaban y de paso lo incomodaban pero que sabía evadir hábilmente. Su segunda flor también se cansó de esperar. Necesitaba sentirse protegida por Tomás. Ansiaba gritar a los cuatro vientos lo que ella sentía por su gran amigo y amante. Amenazaba a Tomás con contar todo lo referente a ellos a su círculo más cercano de amistades, cosa que a él lo asustaba de sobremanera, ya que siempre vio en Victoria una mujer a la cual él no estaba dispuesto a entregarse. Esa flor se marchitó y poco a poco sus pétalos de romanticismo yacían en la tierra que albergó el crecimiento de la supuesta relación. De igual forma, Tomás continúa cuidando esa planta aunque con menos interés de ella por ser acicalada. Ya no se entrega tan fácilmente a las manos de podador que Tomás le puede ofrecer, todo por no ser arrancada de una vez por todas y adornar día tras día el bolsillo de la chaqueta de Tomás. Ya que él prefiere no mostrar sus flores al mundo, como así tampoco dedicarle carácter exclusivo a alguna de ellas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

diego...está bueno tu cuento...está bien narrado y entretenido pero no puedo negarte que me produce como un poco de rabia...pensar que existen tantos jardines como los de Tomás..y tantas victorias y auroras que los soportan...pero bueno..gustos hay pa todos...eso...chauuu

pd: ojala que en la segunda parte a tomás le toque vivir la otra cara de la moneda...