sábado, 10 de septiembre de 2005

El imperio de lo mismo

Mismas caras, mismos temas, mismos sonidos, mismas risas, mismos códigos. Hannah Arendt enaltecía el valor de la otredad, es decir la característica de diferenciación de los sujetos. Pero no se refería a una disimilitud física, sino más bien al concepto de litigio que debe existir en una sociedad. Una lucha constante de formas de enfrentar la vida, por sobre un totalitarismo de la igualdad. A pesar, de que ésta misma rescataba la noción de “iguales”, pero asociado a la idea de hombres igualmente libres con la capacidad de participar. De todos modos y con gran pesar esta situación se está extinguiendo. El carácter diferenciador se desvanece encontrándonos todos sumidos en un afán por tratar de ser similares, por aspirar a compartir intereses y sentirnos iguales al otro, que a la larga no es otro, sino más bien el mismo. Tal escenario también se presenta en relaciones interpersonales de pequeños grupos. Donde los lazos se agotan al exprimir de manera indiscriminada los temas en cuestión y los puntos a tratar. Todos nos aburrimos de ver las mismas caras de siempre, de revivir los temas de la semana anterior y de reírnos con las mismas rutinas de humor. La improvisación se acaba y el resultado es la exposición de sandías caladas, o sea algo que seguro va a tener una buena aprobación. O quizás te obligues a ti mismo a preguntar cosas que realmente no te interesan y escuchar con fingida atención lo que es narrado. Es la única manera de darse cuenta lo monotemáticos que pueden ser los que te rodean, explotando hasta la última reserva de una conversación para no situarse en los terrenos inhóspitos de un silencio incomodo. Caer en el desgraciado juego de la rutina y el aburrimiento, donde nada es sorprendente ni novedoso corriendo el riesgo de ser aplastado por la muralla del acostumbramiento. Tratar de realizar las mismas actividades que, valga la redundancia, realiza el que está parado enfrente de ti. Y no por ambición personal sino sólo por tener tema. Hay que variar y escapar de esta trampa social globalizante que atrapa a todo el que se deja seducir por tan atractiva oferta de simplicidad. Huir del monologo cotidiano que disminuye día a día tu capacidad de sorpresa y el quiebre rutinario que oxigena tus maneras de vivir. Por eso no caeré en el juego básico de la normalidad y cortaré sus tenazas que ya han alcanzado a muchos de los que están a mí alrededor. Los expropió de su habilidad racional dejándolos sumidos en la contemplación de horizontes al alcance de la mano sin esfuerzo alguno. Es hora de escapar y mirar más allá de la planicie terrenal. Explorar confines abstractos y audibles que desarrollen tu forma de sorpresa, por sobre relatos que se cuelguen de tu cuello para hundirte en la oscuridad del mar común.

2 comentarios:

urbano.serg dijo...

y ASI NO MAS ES...LA MONOTONÍA NOA ATRAPA, Y CUANDO ESO PASA NO HAY NADA QUE HACER...

LAS MISMAS CARAS...NOOOOOOOOOO POR FAVOR ...ACASO NUESTRA CAPASIDAD DE EXPLORACIÓN SE AGOTO, SE LA LLEVARON LOS YANKIS, NADIE LO SABE, SOLO EXISTE LA CERTEZA DE QUE LA SOLUCIÓN ESTA EN NOSOTROS...

Anónimo dijo...

no se la "llevaron los yankis" la perdimos solitos.... por que ese afan de culpar a los demá de todos las carencias y cagadas que hacemos.