viernes, 15 de julio de 2005

Viejito, viejito bueno

Puede que Cindy Crawford haya tenido su apogeo mediático a principios de los años 90. Años en los cuales todavía me comía los mocos y mi única preocupación era jugar. Pero de todas formas esa mujer se ha sabido mantener y no hay duda que debe tener un pacto con el diablo para conservar esa figura y ese rostro angelical que envidia cualquier fémina. Si caminara por Ahumada tengan seguridad que el 90% de los hombres daría vuelta su cabeza para observar su pasar. El 10% restante no lo haría porque quizás es gay. No es explicable como puede preservar ese encanto, ese carisma y esa soltura. Cuando la vi en las noticias me acordé inmediatamente de la mamá de Seth en la serie The OC. Kelly Rowan, otra mujer cercana a las cuatro décadas que fácilmente desplaza a una pequeña de 18 años. Experiencia, belleza y encanto son los ingredientes perfectos. Sigamos con Cindy. Estaba en la bolsa de comercio de Santiago revolucionando a todos los “yupies wall street” chilenos, haciéndolos perder la compostura y desabrochándose el apretado nudo de la corbata. Cindy es de otro planeta. El mundialmente conocido lunar pegado a su labio trastorna a cualquier mortal masculino heterosexual y minimiza el rasgo similar de nuestra Maria Elena Sweet. Es que no hay comparación. Ripley supo aprovechar el fenómeno Crawford contratando a la modelo para convertirse en la cara de la tienda. Un golazo de media cancha como dirían los octogenarios periodistas deportivos. Se veía rodeada de empresarios cincuentones que afirmaban su mandíbula con la mano para no manchar a Cindy con saliva. Observaban boquiabiertos la altura, desplante y magnificencia de la ex de Richard Gere. Aunque no lo crean ese maldito canoso tuvo la suerte de acostarse con la diosa. Y todo por hacer un par de películas. Los ejecutivos de la tienda posaban para la foto, la bolsa estaba atiborrada de periodistas y un sin fin de curiosos. Pero a Cindy le era indiferente, debe estar acostumbrada a causar tal revuelo. Dijo un par de palabras de español como: “Yo amo a Ripley” o algo así y los empresarios ya aplaudían dichosos. Recibió un ramo de flores y comenzó a repartir besos a todos los que la rodeaban. Yo creo que pensó: “¿Y para esta wea me pagan millones? ¿Quién entiende a estos países subdesarrollados?”. Pero faltaba la guinda de la torta. Mientras besaba a quién se le pusiera por delante, un pequeño anciano vestido elegantemente estira la trompita y le dio un beso en la boca a Cindy. ¡UN BESO EN LA BOCA A CINDY!. No puede ser. Según supe más tarde aquel afortunado abuelo es el patriarca de la familia dueña de Ripley. Es decir, El Capo. Labios ya secos por naturaleza tuvieron la suerte de tocar ese manjar olímpico. Me imagino que el tata no olvidará nunca ese momento y sus más púberes nietos lo envidiaran de por vida. Bueno, yo también envidio al viejo. Besó en la boca a Cindy po´. Creo que me equivoqué de profesión e inmediatamente cambio mi pupitre a la carrera de ingeniería comercial. ¿Quién sabe? A lo mejor en unos 50 años más ande por ahí besando a modelos de renombre mundial a vista y presencia de todos. Definitivamente me cambio de profesión.

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