sábado, 16 de julio de 2005

Uno

Cada vez que camino a comprar el pan para tomar desayuno me prometo que reduciré la cantidad de cigarros por noche de farra. Mi garganta ya no aguanta más. El dolor matinal hace que me arrepienta haber tomada tantas veces el encendedor, haber apagado tantas veces el cigarro casi quemándome los dedos. Trato de regalonear a mi garganta rodeándola con las mejores bufandas del mundo, esas que mi mamá teje con tanto cariño. Pero pienso que quizás debería liberar a la garganta, dejar que el pasillo entre boca y estomago tomara un poco de aire. Ese mismo aire que contaminé con humo maligno de tabaco. Creo que la garganta se siente aprisionada bajo la lana de las bufandas, necesita respirar fragancia invernal. Lastima para ella. La fragancia invernal es demasiado fría para mi cuerpo. Ya vendrán otras oportunidades humeante garganta. Esos cigarros nocturnos mezclados con el alcohol me pasaran la cuenta. Horas y horas en el gimnasio se van a la basura, siento que mi ida al gym es sólo para paliar la culpa de mis vicios. Cada vez que veo los comerciales de Cachantún me reflejo en la figura atlética del spot. Yo soy el que sostiene la botella con agua mineral y muestra al mundo sin tapujos mi esbelta figura. Pamplinas. Voy al gym también para conocer chicas lindas. Cuando estaba en la universidad escuchaba como mis compañeros más pudientes relataban sus historias de gimnasios. A lo mejor por eso voy. Lo quiera o no tengo un sentimiento arribista y de ascensión social superficial. Veo a mis nuevas amistades, escucho las “r” de sus apellidos y supongo que subo en la escalera. A decir verdad no sé porque diablos voy. Siempre compro pan en el mismo lugar. Estoy muy seguro que no es por que me guste su sabor, sino más bien es por continuar el coqueteo con la empleada de la panadería. Tarde o temprano la llevaré a la cama. Es una chica vulnerable, se nota por su forzada pronunciación de la letra “s” derivando toscamente en un seseo. Ya una vez me contó que tiene 21 años, imagino que ya no arrastra la bolsa del pan. No podía ser más certero el refrán. Generalmente nuestros diálogos de reducen a cuánto pan llevaré. Sabe que no me gustan las hallullas. Ya me conoce un poco. ¿Pensará en mi?. La primera vez que fui me trato de “usted”, todavía lo recuerdo. Y con lo que me molesta eso del “usted”, hace que me sienta más viejo y son sólo 10 años los que nos separan. He tenido la delicadeza de no ir a comprar acompañado de Valentina, espero que la muchacha piense que soy soltero. “Hola. ¿Cómo estay?”. “Bien. ¿Y tú?”. Por lo menos me tutea, eso quiere decir que ya estamos en el mismo nivel. Sin embargo ese “” todavía lo noto un poco temeroso, carente de armonía interpersonal. Después que me entrega el pan siempre me quedo viendo con qué lo podría acompañar. Cada vez que salgo del negocio digo: “El acompañamiento del pan lo pensaré en el camino, así no pierdo mi tiempo dentro del local”. Pero analizando la situación, si pensara el complemento de la marraqueta antes, vería a la muchacha mucho menos. Así que mejor no. Pido siempre lo justo, para que la chica infiera que vivo solo. ¿O tal vez piense que soy un tacaño?. “Dos laminas de jamón planchado por favor”. Decir torrejas suena ordinario. Veo sus brazos con bellos sumamente claros, que sólo se notan por mi minuciosa vista al observarla. Vio mi atención en sus brazos. “Lindos brazos le digo”. Me gusta hacerla sentir incomoda. “¿Algo más?”. “Tú”, me gustaría decirle, pero mejor vamos tranquilo por las piedras. Todavía mantiene el color rojizo a causa de mi comentario. Me gusta eso, me siento en superioridad en el coqueteo, llevo las riendas y dirijo la carreta. “Ehm. Una cajetilla de 20 por favor”. Ella sabe los que fumo. Me conoce más de lo que yo creo. “Chao. Nos vemos mañana”. Me encantaría encontrarla en otro lugar, sacarla de su rol de vendedora de boliche. Mejor prendo un cigarro.

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