domingo, 17 de julio de 2005

En el paraíso

En febrero de este año fue la última vez que te vi. Atinamos. Escapamos de la fiesta con la excusa de ir comprar algún bebestible, a pesar de que el anfitrión tenía los suficientes. Lo nuestro siempre se dio en el anonimato, salvo contadas excepciones. Tú tenías tu circulo de confianza que sabían de mi existencia y yo tenía mi cofradía que estaba en conocimiento de mis secretos. Nos besamos mientras caminábamos. Fue cuando dijiste que estabas pololeando, de nuevo salía a la luz mi afán por las mujeres comprometidas. No le di mucha importancia. Todos en el carrete se dieron cuenta de los motivos de nuestra fugaz escapada, después no nos importo y lo hicimos de conocimiento público. Esa noche alguien te preguntó que significaba yo para ti: “Tenemos algo especial”, fue tu respuesta. Certera por no decirlo menos. Y eso que yo no estaba presente cuando lanzaste esas tres palabras al aire. Tu insistencia por tenerme era grosera, no lo disimulabas en lo más mínimo. También quería tenerte pero no estaba muy decidido. Tus reiteradas caricias en mis uñas fueron la tónica diaria. Las copas de más afloraban de inmediato tu instinto carnal por estar a mi lado. Ante mi negativa elegiste a otro. Eso fue lo que detonó mi deseo por besarte, tocarte y olerte. De nuevo la conjunción de alcohol y drogas dieron la pauta animal por relacionarte con el entorno. Nuestro primer beso vino acompañado además de nuestro primer manoseo descarado, nuestro primer manoseo descarado vino acompañado además de nuestro primer ensamblaje natural. Conocía todo cuerpo. Mis manos y mi boca no necesitaban mapa para explorar los confines más recónditos de tu cuerpo. No había brújula que se comparará con la orientación intrínseca de mi conocimiento. Sabía de todas tus curvas, de todas tus imperfecciones, de todas tus marcas, de todos tus relieves. Un día de navidad sonó mi teléfono. Eras tú requiriendo de mi compañía. Fue una tarde genial. Besé el cien por ciento de tu cuerpo, sentí recorrer tu boca a través de mi ser. Sin embargo, unas de mis partes favoritas era la conversación que manteníamos después de declararnos amor eterno. Una declaración que ambos sabíamos era ficticia. Conversar, reírnos, besarnos, tocarnos y hacerlo. El verte dormir en mi pecho con mi brazo acogiéndote y brindándote protección me hacía sentir conforme. Los cariñosos toqueteos en mis brazos, manos y pecho me conmovían de sobremanera. Me aburrí de escribir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Q LINDO ES SABER Q TE ACUERDAS DE MI. EL DETALLE DE TOCARTE LAS UÑAS ME MATO.Y NO FUE UNA NAVIDAD ERA AÑO NUEVO, PERO SE Q TAMBIEN HAY FANTASIA.OJALA SIEMPRE OCUPE UN LUGAR EN TU VIDA COMO TU OCUPAS UNO EN LA MIA. BESOS