jueves, 7 de julio de 2005

El día D

Me carga Missy Elliot, esa rapera obesa que tiene la suerte de que Adidas le mande a confeccionar diseños exclusivos. Pero dentro de mis gustos musicales tiene ganado su espacio al interpretar una canción que me recuerda una persona. No sé muy bien por qué mi inconsciente hace esa asociación entre mujer y tema, trato de buscar la conexión pero me es imposible dar con ella. El track se llama All N my grill y aparece en el disco Le flow volumen 2, es interpretado por la señorita Elliot acompañada por el gran Mc francés Mc Solaar ( Si tienes la oportunidad de descargarlo... hazlo, tal vez también te recuerde a alguien). A “D” la conocí hace un par de años un domingo por la tarde. Una resaca increíble acompañaba mi jornada dominical la que torpemente aumente con la gran cantidad de cigarros que fumé ese día. Necesitaba tomar un poco de aire fresco, así que decidí ir a la plaza, ¿a qué?, a fumar un cigarro. Me encuentro con un par de amigos e iniciamos una amena conversación, de pronto llega otro amigo y nos dice: “Cabros... van a venir a carretear unas amigas. ¿Vamos a mi casa?”. El dolor de cabeza y el cuerpo molido no fueron impedimento para terminar de buena forma la semana, así que fui a mi casa a buscar plata y continuamos con la parranda. También aproveché de llevar algunos discos de rap, películas de breakdance con el motivo de amenizar la velada. Ahí fue cuando la vi por primera vez, un abrigo largo que cubría gran parte de su cuerpo, unos jeans que moldeaban su trasero a la perfección, unas coquetas pecas en la cara que adornaban ese espacio entre nariz y ojos, una mirada segura capaz de intimidar al más fiero galán, una sonrisa conmovedora y por último, pero no menos importante, unos senos dignos de una diosa del Olimpo. No prestaba mayor interés en ella, a pesar de que estaba muy atento a cada movimiento hecho mientras conversaba con su amiga, en guardia y escuchando con atención cada carcajada que salía de su boca. Me acerque a prender un cigarro cuando “D” me dice: “A ti yo te conozco”. “¿Sí? ¿Y de adónde?, respondí. “Te he visto en la iglesia”. Tenía razón porque yo iba a buscar a una polola que era monitora de confirmación. “Demás... pero ya no voy mucho porque terminé con mi novia”, afirmé, dejando muy en claro mi actual soltería. Una pequeña sonrisa fue nuestra primera complicidad. Ella me gustó porque sabía beber, me la imaginaba quedándose conmigo esperando la salida del sol, al lado de unos vasos de cualquier trago hablando sobre la inmortalidad de cangrejo o simplemente escuchándola, porque el tono de su voz es lo último que quieres oír antes de dormir. Ese día el copete se hizo escaso, ante lo cual ofrecí mis servicios para ir a abastecernos de más alcohol, pero no era una disposición gratuita tenía su trasfondo tal amabilidad. “¿Acompáñame?”, le dije al oído a “D”. Accedió de inmediato y apenas salimos de mi casa tomó mi brazo, pensé, “ya estoy perdido... me ve como un amigo”. Ante eso aumenté mi ofensiva y desplegué todas las tácticas de seducción que he logrado acumular en mis años. Resultó. Segundos después estábamos uniendo nuestras bocas, haciendo danzar nuestras lenguas, acariciándonos los rostros y guardando en nuestras memorias el momento. Daba unos besos maravillosos. Si existiera algún premio, ella debería por lo menos ser una de las finalistas. La manera de tocar mis labios, la forma como movía su lengua, esos pequeños besos cortos que se repetían mil veces alrededor de mi boca, la intensidad que agregaba cuando tocaba su cara, en fin. Ese ruido magnifico que sentía cerca de mi oreja, su respiración quizás un poco agitada producto de la situación, la forma de rozar su nariz con mi cuello y la vitalidad de su piel cuando tocaba su oreja.

-Continuara-

No hay comentarios.: