jueves, 16 de junio de 2005

Tumulto económico

Adelante se encontraba el jóven calvo que me pidió que le cuidara su puesto, cosa que sólo intuí porque me encontraba con los audiofonos puestos y con Benedetti en la mano. Atrás estaba el señor que en cada oportunidad que cambiaba la canción de mis disco, lo oía reclamar que la fila no avanza nada. Cuando subí a ese segundo piso quería que hubiera harta gente, eso me daba tiempo para terminar mi libro, aunque no me gusta estar parado durante mucho tiempo. Se podía observar al muchacho con chaqueta de milico que tenía un casco de moto en su mano, quizás venía a pagar una de las cuotas del prestamo que pidió para comprar su vehiculo. Dos puestos más adelante del motorizado está el señor con overol que miraba la hora a cada rato (en su celular por supuesto), presumo que lo hacía porque aprovechó su hora de colación para hacer sus tramites. En cada vuelta miraba fijamente y me miraba fijamente la muchacha que mascaba chicle con gran entusiasmo. Tres personas más adelante veía como movían sus bocas las dos chicas con parka y bufanda, me di cuenta que no sé leer los labios porque no entendí parte alguna de su dialogo. El muchacho con cara de preocupación leía afanosamente las fotocopías que tenía en su mano, parece que la prueba estaba por aproximarse. Cinco cajas hacían que la fila avanzara más rapido de lo normal, porque es típico que sólo hay dos cajas funcionando. Las ancianas, ancianos, enfermos, embarazadas y mujeres con guagua en brazos aprovechaban su condición para evitar el suplicio de avanzar lentamente mientras observas muy aburrido la espalda de tu antecesor. También estaba la señora que nunca sale de su casa, sino es sólo para pagar las cuentas de su hogar. Su cara de viajera la delataba. El aire acondicionado cambiaba el pálido tono de la piel invernal por un rojizo afiebrado. En las cajeras el rostro de insatisfacción y agonía expresaba la desilución de estar encerrada 8 horas diarias en un cubiculo. Dos vueltas más y ya estoy en la caja. Me duele el cuello de tanto leer. Gran parte de la gente ya tiene su cédula de identidad en la mano, no vaya a ser que la hayan olvidado en su casa. El caballero de casí 50 años de edad emanaba una sonrisa de su cara, me tinca que ahora iba a pagar el último dividendo de su ahora casa propia. Aquella propiedad que adquirió gracias a una cuenta de 20 años. Una vuelta y listo. La muchacha que come chicle está en frente de una ventanilla, no me había dado cuenta que tiene el trasero muy bonito. Miro hacía atrás y observo como la lluvía cae, como dirían los periodistas de matinal, copiosamente mojando a quién se ose a transitar sin paraguas. Soy uno de los estúpidos valientes que prefieren no usar paraguas. No me había dado cuenta que hay un sujeto con una nariz inmensa y por momentos no dejo de mirar su aparato respiratorio descaradamente. A mi me dicen narigon pero él me supera en demasía. A dos personas de la caja. Justo se forma una fila anexa con ancianas, ancianos, enfermos, embarazadas y mujeres con guaguas en los brazos que aprovechan su condición para evitar la fila. ¿Por qué diablos se foma cuando estoy a dos personas de la caja?. Ley de murphy. Espero que se desocupe alguna ventanilla para terminar con la fila. Obviamente la gente se demora más del promedio normal y espero impacientemente. Veo como la cajera me llama, pero de la nada aparece una mujer con una guagua en sus brazos, aunque el pendejo tenía como 7 años, y le cedo mi turno. Por fín escucho: "Banco Santander-Santiago. Buenas Tardes". "Hola", respondo y entrego los documentos que terminaran con mi espera. Camino hacía la salida y veo que la cola está mucho más larga que en los momentos en los cuales yo fuí el útimo eslabon de esa cadena humana. Observo a un jóven con un libro en la mano, audifonos en sus orejas que movía su pie derecho al ritmo de la música. Esa imagen me recuerda algo.

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