jueves, 9 de junio de 2005

Tortura pública

La ropa que llevas puesta no es suficiente para escapar del frió matutino, el viento helado traspasa las diferentes telas que cubren tu cuerpo. Las partes expuestas a las inclemencias del tiempo sufren más que ninguna otra, orejas, nariz y boca se congelan al igual que la libido de una señorita mientras ve que su pareja usa calzoncillos largos. Una tímida lluvia se percibe mientras gotas chocan en los charcos dejados por la tempestad caída el día anterior, poco a poco las gotas se transforman en baldes lanzados desde el cielo y la gente corre a refugiarse bajo algún techo. Las calles ya están llenas de agua y las principales arterias te sitúan en uno de los tantos ríos caudalosos del sur de nuestro país. El paradero de micro es tu guarida elegida para no pescar una gripe, paraderos separados por escasos centímetros de aquellas corrientes urbanas. Como no tienes paraguas la obligación te lleva a ser un espectador en primera fila de como el agua corre bajo tus pies. Un conductor sin ninguna compasión pasa pegado a la cuneta y levanta una ola mojando a gran parte de las personas resguardadas bajo el paradero, tú como todavía eres dueño de alguna agilidad de antaño logras esquivar la muralla liquida que aplasta a quienes perdieron su destreza juvenil. Más y más gente te acompaña en el techo público, el calor humano escapa por las paredes invisibles de la calle y las parkas mojadas se rozan unas a las otras goteando encima de tu calzado. A lo lejos logras divisar el armatoste en movimiento que te dejará en tu propia casa de los conocimientos o en palabras menos eufemísticas ves acercarse la micro que te lleva a la Universidad. En tus frías manos sostienes los 120 pesos que sirven para movilizarte dentro de la ciudad, lamentablemente no eres el único que toma ese bus y observas como una gran masa se personas van al encuentro de tu número. Como todavía gozas de un poco de decencia dejas que suban primero las viejas y las minas, pero si algún macho recio se quiere colar tu codo será el obstáculo de su corta aventura. Frente al chofer dejas caer tu dinero en su mano esperando que en el trueque capitalista funcione la lógica y te devuelvan un boleto. Como es costumbre no es así, así que resignadamente piensas que vas a caminar por el pasillo y encontrarás un asiento donde sacaras tu libro de la mochila y pondrás en tus heladas orejas los audífonos que también cumplirán un rol de orejeras. Pero no alcanzas a dar un paso y te detiene una muchedumbre con cara de sueño que también lleva su ropa mojada. Con el animo por el suelo, pero bien seco eso sí, tu música será la única compañera de esa odisea encima de cuatro ruedas ¿u ocho? no lo sé muy bien. En cada parada de la micro sube más gente sintiendo una presión que te lleva a apretujarte entre un asiento y alguna persona. Los pasamanos parecen un cubo de hielo, pero de igual forma tienes que apoyar tus manos si no quieres terminar como pelota de taca-taca.

- De ahí sigo tengo que terminar un trabajo-. Esta historia... si que continuará.

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