viernes, 10 de junio de 2005

Tortura pública II

Arriba de la micro tus manos al borde de la hipotermía suplican que las dejes en alguno de tus bolsillo o que las cubras con guantes, pero el movimiento del bus te obliga a someterlas a la tortura de apoyarlas contras los pilares que te ayudaran a mantener el equilibrio. En ese metal helado tus virginales manos sufren un enfriamiento caótico, sin embargo con el correr de los minutos asimilas la temperatura del pilar e incluso llega a ser agradable. Ya con las manos semi-calientes y el metal gozando de cierto calor sientes un golpe en tu brazo, sacas los audifonos y escuchas: "Avanze por favor". Y otra vez se repite la misma historia, nuevamente tienes que acondicionar los pilares a la sensación termica de tus extremidades. Es decir, cuando ya tienes calientito el fierro y no quieres despegar tu mano, siempre hay alguien que te pide que avances y dejas atrás todo ese trabajo. Olvidado el asunto de los pilares te das cuentas que estás rodeado de señoras de edad, o viejas, es por está razón que cada vez que se desocupa un asiento tus aires de caballero deciden ceder ante los años y el género femenino dandoles el asiento. También es común que cuando nadie alrededor tuyo sobrepasa una edad merecedora de asiento caminas por el pasillo y justo se para la persona que estaba al frente tuyo, viendo como el "pingûino" que estaba a tu flanco derecho ocupa el asiento que te corresponde. Claro está que la otra opción se encuentra presente, y que al subir a la micro el chofer te diga: "Oye... no querí´ subirte por atrá"´, tú el weon hacis caso. Al llegar al final de la micro te das cuenta que atrás está tan o más lleno que adelante y la gente toda apretujada. Logras saltar los escalones que te sitúan a nivel de los demás pasajeros, pero el conductor no deja de subir a más y más gente por la puerta trasera, lo que obliga a los pasajeros colgantes a mantener la puerta abierta para llegar a su destino. Un viento helado y ya te sientes como Jack de Titanic... o sea cagado de frio. Golpes de aire frío sacuden tu cara mientras la intentas resguardar con alguna persona o optas por perderte en medio de la masa y ser un objetivo inalcanzable para las rafagas. Cuando logras dominar la temperatura de los pilares y no hay nadie que pueda ser un potencial captador de asientos, miras a todos los pasajeros y quieres ver en ellos la cara de bajarse del microbus. Cuando por fín alguien se para de un asiento y logras posar toda tu humanidad (qué palabra más flayte), miras hacía afuera y te percatas que estás a dos cuadras de tu U y te bajas en 30 segundos más. Al tocar el timbre presumes que el bienaventurado conductor no lo escuchó, porque ves como tu habitual paradero pasa raudo frente a tus ojos. Después de todo te bajas y te das cuenta que estás atrasado y no tendrás tiempo para tomar un reponedor té caliente.
Y eso es sólo de ida... la vuelta es peor.

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