jueves, 10 de enero de 2008

Sara

Después de catorce horas de viaje y muchos pueblos recónditos por fin llegaba a Puerto Iguazú, la trifrontera de Argentina, Brasil y Paraguay. Como el hostal tenía piscina apenas dejé mi mochila en la pieza me puse mi traje de baño, pesqué la toalla y me lancé unos chapuzones. No habían pasado unos minutos cuando alguien dice mi nombre. Doy vuelta mi cabeza y me encuentro de sopetón con dos mexicanas simpáticas que había conocido en Buenos Aires. Al instante no pusimos a conversar hasta que apareció el tema de la marihuana.

Apenas nombramos el alucinógeno una mujer que estaba en la piscina se acerca al lado de nosotros y dice: "¿Marihuana?". Inmediatamente le pregunté si tenía yerba para vender. "Si tengo. Pero no vendo", me respondió. "Ya po'... véndeme un caño por fa", le pedí casi rogando. Ella dijo que no comerciaba con la marihuana, pero si quería, que en la noche la contactara para que nos fumáramos algo. Traté de memorizar su cara de la mejor forma.

Ella era Sara. Una italiana de 25 años que llevaba viajando casi dos meses por Sudamérica, y en Puerto Iguazú alrededor de una semana y media. Según lo que conversé con un español que conocí en el hostal, la chica italiana era súper reventada y desinhibida. No le di mayor importancia a los comentarios del hispano.

Cuando oscureció, y después de cenar, busqué infructuosamente a la chica de la hierba. Luego de algunos minutos ví su cara entre la gente que estaba en el hall de lugar y empecé a hacerle señas. Quería puro fumar. Ella me vio y me recordó. Así que cuando me acerqué le dije inmediatamente: "Tú me prometiste un caño. Vengo a cobrar tu palabra". "Bueno. Vamos a fumar a la piscina", respondió. Filete, pensé, nada mejor que fumarse un buen pito al lado de una piscina, con un vino en la mano y respirando aire limpio.

Salimos los dos y nos fumamos el pito -el nunca bien ponderado paraplex-. Como teníamos una botella de vino decidimos quedarnos a tomar el licor antes de entrar. Entre la conversación le mencioné que tenía un buen manejo del idioma español para ser italiana. A lo que dijo: "Sí. Pero me gustaría hablar mucho mejor". Prendí con agua y me ofrecí como un excelente maestro de castellano, dada mi profesión y mi afán por las letras. Así que afirmó, "¿entonces me podrías enseñar". "Ya po' mañana", le dije inocentemente. "Quiero que me enseñes ahora".

Al escuchar esas cinco palabras la libido aumentó al mil por ciento. "Ok", le dije lascivamente. Pero ante mi sorpresa la Open Mind europea me superó, ya que me impacté cuando propuso que nos fuéramos a su recamara a estudiar español. "La tengo lista", pensé. Entramos a su pieza, que no compartía con nadie, y apenas cerró la puerta...

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