domingo, 5 de marzo de 2006

Mi ángel germano

Desde el principio era sólo un viaje. Una aventura que incluía conocer países, compartir con gente, emborracharme, drogarme, visitar librerías, cansarme de tanto caminar, probar nuevas comidas y por supuesto meterme con chicas. Esto último era una parte fundamental del itinerario. Pero no sabía que una me marcaría más que otras, tampoco tenía presupuestado el pensar marchar a su lado, mucho menos imaginar cambiar totalmente de planes.

Era mi primer día en una ciudad desconocida, con lugares desconocidos y obviamente con personas desconocidas. Mi morada era un ir y venir de extraños que cruzaban la puerta entre lo apacible y lo extraño. Pero cuando la vi me sentí como en casa. Pensé que había sido una buena persona para ascender al cielo y ver en directo al ángel más hermoso creado por Miguel Ángel. Simplemente quedé maravillado. Su pelo rubio hizo sonrojar mi mirada y sus profundos ojos celeste arrepentir mi nacimiento. No podía creer que existiera alguien como ella, pensaba que sólo habitaban el reino de los sueños y la fantasía. Pero no, ella era de carne y hueso. Su vestido dibujaba su silueta y retrataba con detalle cada curva de su perfecto cuerpo. Lo único que extrañé en aquel momento fue verla esbozar una sonrisa, pero después comprendí que en ese entonces no era merecedor de tan maravilloso espectáculo. Quería conocerla. Quería tan siquiera escuchar su voz. La quería a ella.

Mi primer noche en la ciudad de las luces se acompañó de una borrachera y una chica francesa. Pensé que la imagen vista esa tarde había sido producto de mi imaginación, que la preciosa rubia de profundos ojos azules fue un espejismo dentro de la ansiedad por sentir compañía. Pero a la mañana siguiente supe que no estaba loco. Cuando salía de la ducha que recompuso mi deplorable estado post-carrete nuevamente vi al ángel. Pero esta vez cuando cruzamos nuestras miradas ella me sonrió. A lo que obviamente respondí con una sonrisa. No podía creer que aquel ser divino tenía contacto con los mortales como yo. Después no la vi más. Aquella noche salí a comer afuera para asegurarme que el alcohol demorará más en cumplir su misión. Con la guatita llena y el corazón contento volví al hostal. Para mi sorpresa mi ángel bebía vino en el bar junto a otras dos rubias y dos tipos más. Aquella noche los dioses jugaron en mi equipo y los dos tipos que acompañaban al trío de señoritas eran chilenos. Por lo tanto, el terruño en común los hizo invitarme a brindar junto a ellos. Era mi oportunidad para saber más de mi rubia misteriosa que me regaló una sonrisa. Su precario español y mi arcaico inglés sirvieron de puente para unir nuestras vidas. Supe que su país natal era Alemania y que tenía 26 años. Además me enteré que llevaba 4 meses viajando por Sudamerica, pero para más información fue la más dura cerradura que pude encontrar. Sólo deslizaba los datos precisos para no darse mucho a conocer. Su carácter alemán comenzaba a hacer estragos y construía un muro tan firme y alto como el que separaba a su país hasta 1989. Esa noche fue mi primer acercamiento al ángel que creí haber imaginado. A la mañana siguiente la vi desayunando sola. Bingo. Rápidamente fui en busca de mi comida y pregunté si podía hacerle compañía. Era el momento clave. Si me decía que si, podía conocerla más; pero si la respuesta era no, quedaba solo y abandonado al otro lado del muro. Para mi sorpresa aceptó mi compañía y nos pusimos a conversar. Esa mañana no fui capaz de romper el hielo germano de su carácter, pero iba en buen camino a derretir esa coraza.

Nuestra morada nos hizo toparnos nuevamente y ahí la conversación fluyó con más naturalidad. Ya nos habíamos hecho las preguntas de rigor y comenzamos a reírnos de nosotros mismos. Nos prometimos ayudarnos con nuestros idiomas, es decir yo sería su profesor de español y ella mi maestra de inglés. Los días junto a ella fueron increíbles. El tenerla a mi lado y sentirla mía ni yo lo podía creer. Me miraba al espejo para pegarme cachetadas y despertar de aquel sueño bonaerense. Tomarla de la mano, sentir su clara piel y oler su pelo era una sensación indescriptible. Había logrado capturar al ángel. Todavía recuerdo nuestras clases de idioma en las que nos reíamos de nuestra pobre pronunciación. Es imposible borrar de mi memoria los desayunos juntos en los cuales ella compartía conmigo su capuchino alemán. Recuerdo cuando me llamó a su habitación para darme de probar nutella, ese chocolate untable en el pan que era delicioso. Le molestaba que fumara, y le enseñe a decirme “el fumar no es saludable”, así, cada vez que me veía con un cigarro en la boca me decía en su español mecanizado: “el fumar no es saludable”. La flor de globo que le regalé una mañana le gustó mucho y después la vi guardada en su habitación. Eso me emocionó. Mi estadía en Buenos Aires se alargaba por estar a su lado, no quería dejarla escapar, no quería despertar. No podía dejar que una mujer –maravillosa- se interpusiera en mi espíritu aventurero. Pensé en decirle que nos fuéramos juntos a Brasil, pero ella ya había estado ahí. Cuando le dije que abandonaría la capital argentina me dijo que la acompañara a Uruguay. Estuve a milímetros de decir que sí, pero mi meta era llegar a Brasil. Así que un “deja pensarlo” fue la frase más certera en ese momento. Esa noche me acosté pensando en seguir con mi ángel hacia Montevideo y Colonia o continuar con mi periplo hacia el país de la samba. Al día siguiente después del clásico desayuno juntos, le dije que iba a caminar solo por la ciudad. Ella se quedaría estudiando español. Sin pensarlo llegué a la estación de buses y compré pasajes hacia Brasil para 24 horas más. Con pasajes en mano le dije que continuaba mi viaje solo y ella me entendió. Ambos sabíamos que fue lindo mientras duró. Me sentí como Jack Nicholson cuando le dijo a Diane Keaton: “Ojalá hubiese durado más de una semana”.

Todavía seguimos en contacto. Internet es nuestra vía de comunicación. Ella me escribe en español y yo en inglés para seguir practicando los idiomas; ella me escribe desde Uruguay y yo desde Chile, pero cuando nos leemos las distancias desaparecen. Sabemos que fue increíble, pero cada uno debía seguir con su respectivo viaje. Ella visitará Chile y seré el primero en ir a recibirla, un par de semanas más y me convertiré en su guía turístico a tiempo completo. Serán más días lindos que también llegaran a su fin, pero serán días que duraran más de 24 horas. ¿Y después?. Ninguno de los dos lo sabe. Y ninguno de los dos lo quiere pensar.

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