domingo, 25 de diciembre de 2005

Esperándote dos años

Dos años mirando tu caminar, dos años obnubilado con tu pasar, dos años esperando tocar tu boca, dos años que pasaron demasiado lento. Tus comentarios acertados me dejaban perplejo y me sacaban de la siesta apoyado contra la pared. Cuando oía tu voz abría mis ojos de inmediato prestando mayor atención a tu intervención. Intervención siempre certera que invitaba a la reflexión y al análisis. El pelo negro que cae por tu rostro escondía por momentos la divinidad de tu ser, ese carácter celestial que la ondulación trataba de ocultar. Tenía miedo de siquiera dirigirte la palabra, no creí ser elegido para captar sentir tu tono, para digerir lentamente cada letra que tu boca desprendía. Temblaba cuando pasaba a tu lado, mi espalda transpiraba afanosamente cuando me mirabas, tartamudeaba cuando tenía que hablar frente a ti, me picaba el cuerpo cuando te veía. Era presenciar un milagro cada interacción –directa o indirecta- con tu persona, canonización inmediata que los dioses te negaron, pero que mi cabeza no dudo un momento en concedértela. Esos mismos dioses que hicieron encontrarnos en la vida, aquellos que confabularon minuciosamente nuestra intersección. Un plan que no falló. Pero llegó el día en que de verdad cruzamos alguna conversación, pero una verdadera charla y no sólo palabras de cortesía. Bebimos, fumamos y disfrutamos de buena música, nos reímos apenadamente mientras los hombres de verde botaban nuestros tragos. Así comenzó otra forma de mirarnos, una manera diferente de relacionarnos y situarnos en nuestro hábitat en común. Conversábamos muchos más, sí, de una forma amistosa pero para mí era hablar con un ángel. Agentes externos te veían como la musa de mis sueños, como la mujer que me haría sentar cabeza, esa con la que se terminaría el miedo a comprometerse. No fue así, tú por tu lado tenías historias que me rompían el alma, yo por mi parte me enfrascaba en affaires que ignorabas. Pero nuevamente y después de setecientos treinta días nuestros cómplices espíritus del mal armaron un contubernio para que nuestras miradas se paralizaran una frente a la otra. Nos saludamos amistosamente en la mañana sin saber que los grados de alcohol nos cambiarían el panorama horas más tarde.
Te vi a los lejos, pero ya dentro de mi se tejían las ansías de tu posible acercamiento al grupo distendido del cual era parte. Sin querer la búsqueda de una cerveza –nunca me han fallado mis queridas latas- detonó nuestro encuentro. Ciertos personajes pululaban como pájaros en busca de su presa, querían hacerse poseedores de tus suaves labios. Mi mirada recelosa los alejó de su vuelo vigía, aunque tu mirada centrada en mi persona fue la bala necesaria para que dejaran de agitar sus alas. Reímos y conversamos más que nunca, el tiempo avanzaba a mil por hora junto a tu lado, aunque se dice que cuando uno se enamora el tiempo se paraliza, pero lamentablemente recupera su tradicional andar a una velocidad difícil de alcanzar. Ahora los dioses se reían porque cumplieron su objetivo, los agentes externos se enorgullecían de contar con una bola de cristal, ya que cerré los ojos y sentí tu lengua junto a mi lengua. Mi cara rozaba con tu cara, mi fría nariz se entibiaba mientras recorría tu rostro, mis manos acariciaban tus manos y tu pequeña cintura. Momento de éxtasis, acto de culminación de un sueño con un principio ya olvidado, pero con un final increíble.
Murmurabas en mi oído tu felicidad cuando te tocaba, yo mordía tu oreja al escuchar tus palabras. Mis manos me hacían merecedor de las más grandes medallas y tus besos te subían al altar de las ganadoras. Nos escapamos de la aglomeración de curiosos para llegar a...

No hay comentarios.: