sábado, 23 de julio de 2005

Ciudad general

Ambiente húmedo era el que dominaba el sector. Quizás era por la época del año en la cual estamos, pero según era gracias a la gran cantidad de flores. Nunca había ido solo y la única vez que acudí fue hace muchos años. Tomé mi mochila, un libro, mi cámara y enfilé hacía Recoleta. Mi intuición fue certera, así que me baje justo en el lugar indicado. Los diversos puestos con flores me daban indicios que estaba en el lugar correcto. Pasillos que empequeñecen la vereda dejando mínimos espacios para transitar. Las baldosas sueltas de la calle sonaban mojadas, tal como si pisaras un charco de agua. Jesús se convertía en el guía turístico de mi tour y con su mano derecha me indicaba la dirección. No le creo a Jesús pero esta vez le hice caso. La entrada la reconocí de inmediato mi gran afición a la televisión y mi memoria visual ayudaron demasiado. Comencé a caminar entre grandes mausoleos familiares semejantes a casas tipo DFL, automóviles pasaban a mi lado, personas con flores observaban mi solitario caminar, mientras veía sorprendido esas majestuosas construcciones. Saqué mi cámara, los disparos sobre tumbas se convirtieron en una ráfaga de flashes. Una estatua de una virgen, mi pasión por el celibato femenino creo yo, fue la primera victima del lente. Blanco y negro serán la totalidad de las fotos, supongo que las dotaran de un aire medio tétrico. Ya cámara en mano mi caminar se veía interrumpido por las constantes pausas en tumbas y nichos. Bustos, dedicatorias y flores frescas llamaban mi atención. Infería que las flores frescas son sinónimo de una visita reciente. Doblaba el cuello para admirar las diversas arquitecturas fúnebres que decoraban el lugar. Una pequeña me acusó a su mamá por estar sacando fotos. Cuando la señora dio vuelta su cara le saqué mi lengua a la niña metiche. Dicen que las fotos roban el alma, pero qué alma le podría usurpar a personas muertas, así que dejé de pensar en ese argumento.
El recorrido me llevó a tumbas de bajo presupuesto o al sector D del campo santo. Porque no hay duda de que el patio de los mausoleos pertenece al nivel socioeconómico ABC1. Hay una calle que cumple el rol de plaza Italia en Santiago, es decir separa a los de arriba con los de abajo. Si nuestra capital es de contrastes, nuestro cementerio general no se podía quedar atrás. Vi a mucha más gente visitando a sus muertos en la parte menos pudiente. Le comenté eso a mi papá y él me dijo: “Es que los que tienen plata pasean po´... van a la nieve, a gastar su dinero, etcétera; en cambio los pobres van al cementerio. No veis que la wea es gratis”. Puede ser, pero prefiero pensar que las personas con menos dinero no son tan desmemoriadas. Démosle algún crédito a los deudos presentes. Un frío tremendo inundaba las calles. Las alturas del eterno descanso bloqueaban los rayos solares que acompañaron mi decisión por pasear entre los muertos. Se me pasó por la mente buscar alguna tumba que tuviera inscrito mi nombre y mi apellido lamentablemente no la encontré. Igual hubiera sido entretenido ver mi nombre ahí. La habitación permanente de los pobres son mucho más coloridas, las cruces están adornadas con llamativos colores y se hacen estetizar con banderines, globos y pequeñeces varias. Para mí es de mal gusto. Subí a muchos nichos para tener una visión aérea del territorio, pero me quedé pegado viendo a la gente.... viva. No tenía nada de susto, y como dice el viejo adagio: “Son más peligrosos los vivos que los muertos”. Exacto. Me sumergí en la soledad de la muerte y experimenté en carne propia los avatares de ser un occiso, como diría mi amigo paco Marcelo. Bajé a un mausoleo con la puerta abierta enfrentándome cara a cara con la caravela con asadon.

-Queda un poco-

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