martes, 28 de junio de 2005

Alarma placentera

Mis ojos no se pueden mantener abiertos, la luz de mi lámpara de cabecera se hace más insoportable, las letras del libro de turno empequeñecen línea tras línea, las manos ya sienten el frío invernal, sabes que no debes ver más televisión porque hay que levantarse temprano mañana y no encuentras posición cómoda donde situar los enredos de tu pelo. Mejor dejas el libro en el velador marcando religiosamente la hoja que detuvo tu lectura, te aseguras que el teléfono se encuentre programado con la bulliciosa alarma que será tu bienvenida a un nuevo día y finalmente te quemas los dedos cuando tocas la ampolleta al tratar de apagar la lámpara. Tiras al suelo el cojín que recibe tu cráneo mientras lo invades de páginas, así ordenas la almohada aprestando tu conciencia a descansar en el imperio de Morfeo. Antes de dormir piensas en alguna chiquilla que te recuerde momentos placenteros, de esta forma la espera del dormir se hace mucho más grata. El ruido del viento roba la imagen de cualquier muchacha trasladando inmediatamente tu pensamiento al sonido eólico. Ignoras el movimiento de las sillas y plásticos varios, que de alguna u otra forma interfieren la antesala de tu profundo descanso. La indiferencia a los factores climáticos es mayor y accedes al mundo de la ensoñación. No te acuerdas de lo que sueñas, quizás a veces ni siquiera sueñas, pero te sientes en un lugar apacible. Tu cabeza pegada a la ventana comienza a sospechar, los ruidos se convierten en cualquier orquesta sacada del Municipal. Abres los ojos destapando tu cuerpo de forma inmediata, tu mano derecha corre un poco la cortina limpias el vidrio del hielo acumulado y miras con atención hacia el patio. Ya no oyes sonido alguno, por lo que dejas reposar el cansado cuerpo en la cama. No pasan ni tres segundos cuando el silencio se resquebraja y apresurado corres la cortina. Levantas tu cara sintiendo un dolor impresionante, te das cuenta que hay vidrios por todos lados, incluso en tu rostro, miras fijamente hacia afuera y ves una silueta, al momento que la sangre comienza a chorrear por tu cara tiñendo de rojo el plumón. La silueta posa ambas mano en tu cuello impidiendo la respiración normal, percibes como la garganta se estrecha más y más. Tus ojos observan desesperado como en los brazos de aquella sombra las venas comienzan a hincharse, sin poder zafarte de tu posible asfixia. Usas tus pies para golpear el pecho de la figura negra, liberando así la garganta de la prisión extrema. Un par de pasos y ya estás fuera de tu pieza, la casi asfixia no permite emitir sonido alguno. Abres la puerta de tu pieza chocando fuertemente tu espalda contra el closet. Suena la alarma del celular.

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