Recuerdos en ráfaga (Título copiado descaradamente a Orlando Borrego)

Existen esos momentos que se te quedan pegados en la mente y es difícil desprenderse de ellos. Recuerdos en ráfaga, como diría Orlando Borrego, que sabes vas a rememorar por siempre y que cuestionas en el minuto en que están sucediendo. Consciente de su análisis en vivo y en directo, información que aseguras no borrarás nunca de tu disco duro. En mi último viaje tuve muchos que creo estar visualizándolos ahora mismo. Nunca me voy olvidar el día que salimos a recorrer la feria de artesanías de San Telmo en Buenos Aires. Un día domingo con una resaca superada gracias a unas cervezas abiertas a las 11:00, es decir escapé de la caña dominical regresando al estado etílico de la noche anterior. Un fatigante sol alumbrada sobre mi calva desguarnecida que sufría por el hecho de no encontrar el jockey. La traspiración deshidrataba mi frágil humanidad, que sufría los embates de otra deshidratación producto del alcohol. Recorría entusiasta la feria buscando una pipa que nunca encontré. Las calles llenas de turistas asimilaban un bosque lleno de hormigas que buscan su alimento para sobrevivir al invierno. Repentinamente paro y escucho un grupo de tango, me dirijo donde mis oídos me indican y me envuelvo de turistas que miran embobados tan magno espectáculo. Alcancé a mirar la interpretación de una canción y escapé de la aglomeración. Me senté en una cuneta y prendí un cigarro. Para mi delicia la música seguía entrando por mis oídos, pero lo curioso es que no veía al grupo que la tocaba. De pronto toda la gente desapareció. Cerré mis ojos e imaginé estar solo. Cuando los volví a abrir, fumaba tranquilo y escuchaba tango en una de las tantas callecitas de Buenos Aires. Increíble. Disfrutando ese no sé qué.

Un día estuve casi cuatro horas en una librería y cuando salí ya era de noche. Prendí un cigarro y caminé por el centro de la ciudad. Tenía dos libros bajo el brazo que recién había comprado. Cuando mi zapatilla asesinó al cigarro mi garganta se sentía seca y mi primera opción fue comprar agua. Pero después me increpé. ¿Cómo no me voy a tomar un café en alguna cafetería roñosa?. Y así fue. Comencé mi búsqueda de alguna cafetería media bohemia, no quería estar bebiendo café en locales muy top. Por eso me fugué de las calles principales y me inserté en pequeños pasadizos para continuar mi búsqueda. Al fin di con el blanco. Por un vidrio logré divisar a dos ancianos conversando animadamente y bebiendo café. Imaginé que quizás discutían sobre el gran trabajo que hizo Perón, o las grandes hazañas de Racing Club en su época más gloriosa, o lo agradable que era disfrutar de una buena partida de naipes con esos amigos que ya murieron. Nunca escuché lo que hablaban esos ancianos, pero sin duda escuché lo que quise escuchar. Pedí un café, prendí otro cigarro, abrí uno de los libros y me sumergí en el aposento de las letras. Un buceo interrumpido por sorbos de café y aspiradas de tabaco. Yo estaba en la España de 1750 y los ancianos de la mesa de al lado en la Argentina de 1930. La tapa del libro se cerró, pagué la cuenta y volví al Buenos Aires de 2006.

Quería recorrer solo el parque nacional Cataratas de Iguazú. Así que, en la entrada misma despaché al italiano que conocí en el hostal. Era una necesidad de acompañarme de nadie. Amablemente le pregunté al veneciano: “¿Qué ruta harás primero?”. A lo que me respondió: “La inferior”. “Ahahaha... yo haré la superior primero. Nos encontramos a la salida a las 6. Nos vemos compañero”. De esta forma lo descarté sutilmente. Los senderos me guiaban en medio de la vegetación para llegar a presenciar los saltos de agua más impresionantes de sudamerica. En uno de los lugares más elevados del bosque no di más y saqué una botella de agua de la mochila. Apoyé mi espalda y miré al cielo. Fijé mi vista en una serie de nubes y no sé por qué chucha me acordé de las nubes que dan inicio a Los Simpsons. Pensé: “¿cómo diablos puedo hacer una asociación tan inverosímil en un lugar como este?”. Seguía mirando, escuchaba el ruido del agua caer y la música sonaba en mi cerebro. Esa suave voz que dice: “Looooos Siiiiiiiimpsoooooooons”.

-Otro día sigo-