
Como era costumbre Maria Elena y Luis Antonio se despertaron temprano para salir a trabajar. La pareja que lleva 20 años juntos y siete hijos a cuestas parten a limpiar las cebollas del fundo en el que trabajan.
Maria Elena camina nerviosa junto a Luis Antonio. La tensión se respira en el ambiente. En su cuerpo todavía viven los rastros de la última golpiza que le propinó su pareja. Los celos enfermizos de Luis Antonio otra vez le pasaron la cuenta. Maria Elena avanza por los campos con el miedo de recibir nuevamente golpes y patadas.
Llegan a limpiar las cebollas que se encuentran cubiertas de tierra. El rocío matutino formó una capa barrosa en las hortalizas que limpian esmeradamente. El silencio de la labor agrícola se ve interrumpido por las recriminaciones por parte de Luis Antonio. Maria Elena soporta dignamente las acusaciones de infidelidad que recaen sobre ella. Hasta que las palabras comienzan a subir de tono.
Los gritos ya no son unilaterales. Comienza una discusión que empaña la tranquilidad y la armonía mañanera campestre. Luis Antonio dice haberla visto con un hombre más joven, mientras ella niega toda acusación. Después de tantos insultos y acusaciones deciden parar la pelea. Maria Elena se dedica afanosamente a seguir limpiando las cebollas. Incluso, se aleja un poco de su pareja para tratar de calmar los ánimos.
Luis Antonio al ver a su mujer tan concentrada en su trabajo planea una acción macabra. Con su mano derecha toma una piedra de gran tamaño y se acerca sigilosamente por la espalda de Maria Elena. Sin dudar un segundo golpea fuertemente la cabeza de su pareja con la piedra, tiñéndola de sangre inmediatamente. Ella se va de bruces contra la tierra cayendo muerta enseguida.

El hombre fuera de si bota el pedrusco y coge un azadón. Con la herramienta da vuelta el cadáver de Maria Elena para comenzar a desmembrarlo. Saca las vísceras de la mujer dejándolas al lado del cuerpo. Posteriormente, esconde lo que queda de su víctima en un saco y lo bota en un canal de regadío cercano, interrumpiendo el paso del agua. Luis Antonio se convirtió en un asesino.
El agua de la acequia le sirve para lavar el arma homicida. Con la misma frialdad con que cometió el delito Luis Antonio continúa con su trabajo. Cuando el sol se deja caer el hombre decide regresar a casa. Toma la mochila de su mujer y emprende rumbo hacia su hogar. Al verlo llegar solo dos de sus hijos preguntan por su madre. El hombre les responde que ella viajó inesperadamente al sur. Los niños no creen la versión de su padre y van donde el dueño del fundo para informarle de la situación.
El patrón de Luis Antonio, enterado de las continuas peleas de la pareja, comienza esa misma noche la búsqueda de Maria Elena. Luis Antonio, que ignora de las pesquisas, duerme placidamente en su casa, mientras la cuadrilla recorre los campos de cebollas hasta el amanecer. Cuando el astro rey se pone en lo alto descubren el cuerpo mutilado de la mujer.
Ante tal hallazgo, el dueño del fundo manda a llamar de inmediato a Luis Antonio. Le enrostra el asesinato de su mujer. Luis Antonio lo niega, pero levanta su cabeza, mira a los ojos a su patrón y dice: “Patrón fui yo, yo lo hice”.